EL HOMBRE AFLIGIDO
Mucha tinta llevamos derramada desde antiguo, desde los griegos, acerca de la vida humana lograda, la eudaimonía, la felicidad. En la modernidad, han surgido dos grandes figuras. Por una parte Kant y el racionalismo, con una fractura radical entre conocimiento científico, que es lo racional; y lo demás, que sería irracional, y por tanto, subjetivo, fideísta. Es imposible el conocimiento racional del sentido y la moral. La razón debe cesar su búsqueda de lo trascendente, porque es inasible. No hay posibilidad de acceso a Dios, y sin Dios a lo más humano. Sólo queda el deber por el deber. Únicamente una razón práctica admite la necesidad de la fe: como si el hombre tuviera un gen religioso para poder funcionar en comunidad y no desmadrarse y extinguirse en luchas intestinas. Hegel lo maximizó: sólo lo racional es real. Sólo lo que comprendo es cierto; lo demás, no existe. No hay ya asombro, admiración, misterio. Sugerentemente científico.
Frente a este ideal racionalista, otro autor, Nietzsche, dirá que eso son pamplinas: el hombre es un ser que se forja a sí mismo. Dios no es que sea incomprensible, es que sencillamente ha muerto, es un cacharro viejo en el trastero de la historia. Sólo queda la supremacía de la voluntad y de la acción. El superhombre que se impone. La superioridad de la fuerza. Sugerentemente exitoso.
Ante el homo rationalis, se sitúa el homo volens. Pero la experiencia histórica, frente al fracaso del mito del progreso en la diosa razón y de la superioridad del más fuerte, sólo ha dejado paso a un desvaído homo affectivus, la persona afectiva, sensitiva, emotiva, influenciable, impresionable por su medio circundante, más cercana a la voluptuosidad caprichosa que a la sabiduría humana. Es, en consecuencia, un homo afflictus, un ser afligido y profundamente vulnerable, incapaz de asumir la frustración. Es el sinsentido de quien ahora quiere una cosa, luego otra o incluso su contraria: la contradicción permanente; el no saber lo que se quiere; y así, de tanto querer sin querer se fragmenta nuestro yo, se vapulea la vida.
Frente a este trilema deshumanizado, carente de unidad, se alza con fuerza el amor, el querer racional y afectivo, como la clave en la que enclavarnos, si no queremos disgregarnos y con nosotros a los que nos rodean.
Estos días, varios amigos me han comunicado situaciones matrimoniales delicadas. Lo común a todos ellos, es que no entienden nada, no se entienden a sí mismos, no entienden lo que les pasa y por qué les pasa, no entienden a su pareja. Falla la inteligibilidad amorosa; falta un proyecto común; un ir juntos a; falla la acción amorosa, la dirección y el sentido. Descubrir a dónde vamos, qué queremos hacer, y sobre todo para qué y quiénes sirve mi vida. Nos falta esa claridad amorosa de que quién busca su felicidad, no la logrará nunca: está condenado al fracaso. El que busca la felicidad de los demás, ése la conseguirá. Quizá es lo que nos pasa.
Pedro López
Grupo de Estudios de Actualidad