Casi una sombra, así podría describirse al Hombre Invisible, apodo al que recurre Valdo López para llevar a cabo su trabajo. No es una tarea fácil definir las labores del Hombre Invisible, principalmente porque las mismas no siguen un patrón definido, sino que se van adecuando a las necesidades de los contratistas.
Se lo ubica de una manera sencilla, con un aviso en el diario. No importa cuál, la tendencia política y en la sección que se elija en el clasificado. El Hombre Invisible lo encontrará. Incluso si el aviso fuese del tipo encriptado.
Sus misiones lo han hecho recorrer el mundo, lo que hace presumir que es una persona que maneja varias lenguas y conoce las costumbres de infinidad de regiones. Nadie ha podido seguirle los pasos, por lo que se desconoce si viaja en avión, barco o vía terrestre. Algunos sospechan que alterna continuamente, incluso en regiones donde el barco sería una mala opción o los mares hicieran imposible el tránsito con un automóvil.
Del Hombre Invisible se cuentan las más grandes hazañas, aunque no en forma pública. Las mismas se pueden escuchar en tabernas y clubes nocturnos, a los que acuden personas de mala muerte, pocos amigables, en cuyas espaldas cargan con destinos oscuros y violentos. Se puede llegar a pensar que la mayor parte de esas historias son inventadas, dado que son precisamente pocos los que han tenido contacto alguna vez con el sujeto.
Sin embargo, gran parte de los conocedores de sus aventuras afirman hasta el cansancio que son todas verídicas, incluso aquellas en las que el Hombre Invisible termina muriendo.
Trazar una biografía de este individuo es igual de imposible que lograr ubicar el verdadero domicilio de Valdo López. Aquellos que lo han intentando se han llevado grandes sorpresas. Se dice que muchos, tras seguir varias pistas que parecían seguras, han terminado en sus propios domicilios, para sustos de sus esposas.
El Hombre Invisible es considerado un artista de la clandestinidad. Un ser mítico, pero viviente. En torno a su figura se tejen a diario las más asombrosas leyendas, que a medida que se vuelven a contar, crecen en hechos y hazañas.
Nosotros, los muchachos del billar de los sábados, pusimos un aviso para la edición de la mañana del lunes, del periódico local. Al mediodía una voz anónima nos contactó al celular de Pepe. Nadie había publicado ese número. El flaco nos reunió a todos, en la plaza del pueblo.
- Che, este chabón no es cuento, contesté y me dijo "cobro diez mil, déjenme un sobre con dinero bajo el puente del arroyo; adjunten una nota, escrita a máquina, que indique la misión, por muerto son cinco mil más, no hago precio por varias cabezas". Y había una postdata, escuchen: "Si esto es una joda, los siete van muertos".
Nos asustamos. Sabía el número exacto de nuestro grupo. Tenía el número de Pepe. Con seguridad en ese instante nos estaba observando desde la mirilla de un rifle de largo alcance, con el dedo índice descansando sobre el gatillo. Nos estremecimos. Todos pensábamos lo mismo.
- ¿Y ahora? - preguntó Cacho.
- Es muy caro, no vamos a juntar el dinero. Diría que le dejemos una nota, diciendo que no tenemos la guita que nos disculpe.
- ¿Vos te creés que el Hombre Invisible se va a quedar de brazos cruzados? ¿No escuchás las historias que se cuentan?
- Esperen - terció Esteban - Podemos decirle que en una semana le dejamos el dinero junto a la misión.
- Bien - dije yo - Hagamos el intento.
Pero el Hombre Invisible no es un tipo que le guste perder el tiempo. Casi una sombra, así lo describí al comienzo. Quizá estuvo cerca nuestro todo el tiempo, quizá había puesto micrófonos alrededor o bien, alguno de nosotros era un soplón. Lo cierto es que esa noche nos visitó uno por uno, mientras dormíamos. Y con cuidado, nos tajeó las frente con una navaja, dejándonos un "no me gusta perder el tiempo" como recuerdo. Es muy ridículo andar por todas partes con ese texto en la cara, realmente una vergüenza. En los bares se nos ríen y los del billar ya no nos dejan entrar. Somos mala palabra. Insultamos al mito y el mito se cobró venganza.
Valdo López, el Hombre Invisible, nos hizo caer en la cuenta que somos unos pendejos descerebrados. Hasta sacamos un aviso en el diario pidiendo perdón. Pero el pasado no se borra. El de él, lo ha convertido en lo que es. El nuestro, nos obligará a una cirugía reparadora. Lo peor de todos es que con todo esto, hasta perdimos las ganas de hacer boleta al Flaco Cáceres, que ya no nos fía más la merca.