Leí El hombre que amaba a los perros por gentileza de Roberto, que no sólo insistió al respecto sino que también me acercó su propio ejemplar a la oficina donde ambos trabajamos. Lo dejé un tiempo en la mesa de luz ya que tenía otros libros entre manos, hasta que un almuerzo con Hilda confirmó la necesidad de su lectura debido a la recomendación también calurosa de mi amiga.
Treinta años han pasado desde el asesinato de León Trostski cuando Iván, frustrado escritor amante de los perros, se topa por casualidad en su recorrido por las playas cubanas con un hombre acompañado por dos galgos rusos y un fornido guardaespaldas negro. La periodicidad de los encuentros convierte a Iván en confidente del extraño, cuya identidad habrá de revelarse en el transcurso de la trama cruzada con las historias del narrador y de su isla natal, donde la represión y la revolución se entrelazan, como los personajes.
El largo exilio de Trotski debido a su enfrentamiento con Stalin, la soledad devastadora a la que resulta condenado mitigada por la siempre fiel Natalia Sedovna, la historia familiar plagada de pérdidas y el destino final en México, donde la rectitud incólume del revolucionario sucumbe ante el encanto carnal y la chispa excepcional de Frida, son descriptos con un ritmo lento e inquietante que predice el desenlace fatal, conocido aunque no por esta razón menos trepidante.
El último integrante de esta trilogía es Ramón Mercader, el hombre que pasaría a la historia por haber sido el brazo ejecutor de Stalin en tierra mexicana, un asesino entrenado para infiltrarse y aguardar el momento de actuar esperando una orden que se convierte en la razón de ser de su vida. Aquí también la pluma de Padura rastrea el pasado del joven que elegirá su camino por influencia de una madre omnipresente en pensamiento, a la que repele al mismo tiempo que añora por lo que no fue capaz de darle: Edipo, una vez más, determina sucesos y destinos.
Unidos por el amor que sienten por los perros, la vida de los tres personajes resulta una semblanza de la utopía revolucionaria, el reflejo del sueño que se agotó por las contradicciones plasmadas en su aspecto oscuro, esa maquinaria de destrucción en nombre de una revolución que terminó por devorarse a sí misma. Sin dudas Roberto e Hilda tenían razón: es una novela excepcional, pese al sabor amargo que depara su lectura.
Corazón gaudiniano
Cripta proviene del griego crypta y significa oculto, escondido; en las iglesias se llama cripta al espacio subterráneo en el que se enterraba a los mártires en los primeros tiempos del cristianismo con el objeto de preservar sus restos de la profanación. Cuando el catolicismo alcanzó el grado de religión oficial y el martirio fue reconocido con la canonización, sobre este espacio que guardaba el cuerpo de los mártires se erigió un templo para honrarlos.
Así las criptas en el románico y el gótico eran lugares en forma de bóveda, con gruesos pilares destinados a soportar el peso del templo que las cubría. Al encontrarse situadas bajo el altar mayor de las iglesias son necesariamente oscuras debido a la ubicación subterránea; Gaudí, sin embargo, haciendo gala de su maestría diseñó una cripta amplia y luminosa con doce capillas divididas en dos grupos, entre las que se encuentra la del Sagrado Corazón.
La cripta del Sagrado Corazón, dedicada al sentimiento amoroso que encarna para el catolicismo el corazón físico de Jesús, remite al amor a la humanidad que el Avatar enseñó con su ejemplo a los seres humanos, brindando con su sacrificio la posibilidad de redención universal que significó la muerte en la cruz.
Los restos del arquitecto descansan en la cripta de la Sagrada Familia; aquellos que visiten este lugar sagrado podrán adquirir algún souvenir en la tienda que se encuentra a la salida del templo. Marcela, que visitó recientemente Barcelona, trajo como recuerdos corazones gaudinianos adquiridos en esas tierras para las integrantes del aquelarre, fieles admiradoras del inigualable catalán.
Inolvidable fin de semana
Así el viernes cenaron en nuestra casa Gisella y Mauricio, quienes arribaron desde Brasil para pasar unos días en la tierra natal de mi amiga; a la reunión se sumó Marcela, de paso fugaz entre su reciente llegada de Ushuaia y su próxima partida a Buenos Aires. En tanto que el sábado por la noche se llevó a cabo la despedida de Pablo y su familia, que también se trasladaron a pasar un tiempo con sus seres queridos desde León, ese encantador enclave español, brindando así a sus amigos la posibilidad de compartir el día del niño con sus hijos.
El domingo nos encontró en Cariló con Gisella y Mauricio, en un largo paseo luego del almuerzo por el bosque surcado por el viento; por la tarde nos trasladamos a Mar de las Pampas a dar una vuelta por el centro comercial nucleado alrededor de la Aldea Hippie. Retornamos despacio a la ciudad, mientras se extinguían las últimas horas de un fin de semana inolvidable.