A mí me da igual hacer agua, la hago. Empecé a hacerla sin querer, un poco porque sí, sin pensarlo mucho,
y luego se hizo costumbre.
Pasó el tiempo y ahora, no sé el motivo, tal vez porque sea viejo, con el agua me salen peces
y eso no gusta.
¿Para qué haces peces si sólo se te pide agua?
Nadie quiere peces y lo entiendo pero no me resigno; es molesto pero no me resigno. El agua la sigo haciendo, eso me da igual, pero no sé qué hacer con los peces.
Ellos me empujan, me pesan, me ahogan.
Estoy pensando en matarlos.
De momento los clasifico por colores, pongo su cabeza en mis dientes y muerdo un poco sus ojos, sólo un poco. No sufren, estoy seguro. Pero algunos me llegan hasta el sueño y se hacen un ovillo en mi lengua y veo con mi lengua sus ojos,
ojos naranjas,
ojos espinas,
ojos algas,
ojos branquias.
Sospecho que muerdo el recuerdo de lo que no eran,
sospecho que yo también soy un pez al que le muerden los ojos un poco, sólo un poco.
Este texto se lo envíe a Juan Yanes (microrrelatista y hacedor de cuentos, fotógrafo, profesor y tantas cosas) que lo publicó en su extraordinario blog “La máquina de contar palabras”. Agradezco a Juan la publicación del texto (aquí) y, sobre todo, las palabras que lo acompañan al final, palabras que me dejan a mí sin ellas.
Abrazos, Juan.
Ilustración: Andrew Polushkin, Still life with a fish tree, 2002-2006