Nunca he sido lo bastante hombre.
Esa es la verdad.
Y si me comparo con mi alrededor, parece que el resultado es de set en blanco en mi contra.
Lo digo porque me sorprende la cantidad de testosterona que segregan algunos ejemplares macho de la especie, por qué cómo se explica sino que esta mañana, de camino al supermercado y más protegido que Darh Vader, me haya cruzado con una trabajadora sexual, lo que antes llamaban puta de carretera, en pleno boulevard del Coral. La chica andaba por el arcén ojo avizor en la caza activa (o pasiva, según la preferencia) de posibles clientes. Me ha causado curiosidad porque ese saquito de huesos vestido con un pedacito de tela iba protegida con una mascarilla sanitaria para no contagiarse del Covid-19. Si no fuera tan trágico, sería incluso gracioso porque llevaba más tela en la cara que en el resto del cuerpo, lo cual me ha generado una batería de preguntas que de no haber sido por la situación quizá me habría atrevido a bombardearla con ellas.
¿De verdad hay tipos que no han aprendido en su adolescencia cómo funciona el brazo desde el codo hasta los dedos?
¿De verdad hay tipos que no pueden estar sin abusar de una mujer ni siquiera en plena pandemia?
El otro día leía una noticia en el periódico El País que explicaba que los puticlubs en España siguen a tutiplén, ahora apagan las luces para no llamar la atención, pero en el interior las partidas de teto son interminables.
Por eso a veces pienso que me hubiera gustado ser más hombre, sentir que la testosterona me recorría cada rincón del cuerpo y que Conan a mi lado no hubiera sido más que un trozo de carne con la que, quién sabe, compartir juegos de mesa como el anteriormente nombrado, pero no, no lo soy, nunca he sido suficiente hombre para comportarme de esa forma.
Nunca he tenido la necesidad de ir marcando paquete (no hablo en sentido figurado), como un antiguo directivo que cuando tenía una exposición en público se metía un mouse de ordenador en la bragueta para que la gente se asombrara de las dimensiones de su atributo. No recuerdo actitudes de esas en toda mi vida, o por lo menos no en la adulta.
He leído en Internet que hay soluciones para mi problema, que con alguna ayuda química, anabolizantes, esteroides, viagra, sopa de marisco en vena o quizá con la combinación de todas ellas, pueda entrar a formar parte de ese grupo selecto de macho-machotes incapaces de aguantar cuarenta días sin follar por dinero.
O quizá no, porque pensándolo mejor podría mancharme los zapatos con mi propio vómito y los mocasines siempre son de mal limpiar…