Revista Diario
Mi padre tiene un hueco al lado del cuello con la forma exacta de mi cabeza. Cuando era pequeña y me levantaba de la cama, dormida, en sus brazos, yo siempre hundía la cabeza en ese hueco, sobre su hombro, para refugiarme un minuto más en mis sueños. De adolescente, cuando lloraba por mi corazón roto - qué frágil es el corazón a esos años - , mi padre me consolaba hundiéndome la cabeza en el hueco de su cuello y acariciándome la nuca mientras rogaba, por dentro, que tardara muchos años en casarme. Cuando estudiaba la carrera, enterré en ese hueco mis primeros suspensos. El hueco sirvió incluso en las contracciones del parto. Del primero. Mi padre lo pasó peor que yo y no quiso entrar casi en el segundo. Aún hoy, cuando voy a su casa, muchas veces lo abrazo y apoyo la cabeza en ese hueco, que es un remanso de paz. Aunque ahora tenga que agacharme un poquito para hacerlo.