El huerto del alcalde
Publicado el 29 mayo 2011 por Chirri
Aquello era el paraíso, tumbado en el gran pasamanos de granito de la escalera de entrada a las escuelas, comía con delectación el bocadillo, bueno, siempre se denominó bocata, desde la noche de los tiempos, allí en la sombra, acompañado por mi chache, aguardábamos la llegada de toda la chiquillería veraneante del pueblo ¿A qué jugaríamos hoy? Lástima que las chicas no quisieran jugar más al pañuelo, se iban a enterar, para evitar postreras humillaciones ante su derrota, se habían negado a jugar más con nosotros, aducían lo de siempre: - Es que sois muy brutos y además nuestros padres no nos dejan jugar con niños. Algo de razón, mirándolo bien, tenían, pues algún componente de la panda era terriblemente bruto por lo torpe y patoso. Recuerdo sobre todo a Martín, por su culpa las chicas tampoco se bañaban con nosotros en la poza de la Angelines, estábamos jugando a la pelota dentro del agua y el muy torpón, le bajó sin querer el bañador a Almudena, fue tremendamente gracioso el incidente, el culete tan redondo y blanco dio mucho de sí en chascarrillos en la pradera mientras nos secábamos, hacía bien en avergonzarse Almudena, Dios le puso en el mundo unas redondeces a las mujeres que les hace parecer seres grotescos y les hace caminar como patos y además no pueden estar el verano sin camiseta ¡menuda incomodidad! Le tengo que preguntar a Juan, pues tiene un hermano mayor, ¿Qué es lo que ven los mayores a las mujeres? Seguro que cambiaré, pero ahora mismo me parece una guarrada darle un beso en la boca a una chica, prefiero soplarle en el culo a una rana, para que no se pueda hundir en el río.- -¿Te vienes? Vamos al huerto del alcalde a robar manzanas.- - No, no tengo hambre, acabo de comerme el bocata.- - Venga tío, no seas jilipichi, vente y nos acompañas.- - Mira, tengo las playeras de la tarde y no me las puedo manchar.Llevaba puestas las “tórtola” idénticas a las de todos los chavales, siempre tenía dos pares, uno para la mañana, que me servía para pescar, bañarme, jugar al futbol y cualquier otra actividad que se nos ocurriera, sin quitármelo en ningún momento y el otro era el de “vestir” era el que usábamos para la tarde-noche serrana, ir al cine de verano, jugar en las escuelas o ir a misa los domingos, por supuesto que este no lo podía manchar de ninguna manera, sólo cuando el otro par destrozado por su uso, acabara en el vertedero, previa compra de otro par en la tienda de “la Elvira”, entonces podría cambiar de escalón al par de vestir y convertirlo en las zapatillas de batalla. Por lo que decliné la invitación de la “famélica legión” que verano tras verano, asaltábamos según llegaban los frutos a su sazón, los huertos de la periferia del pueblo.El huerto del alcalde, luego me enteré que no era del alcalde, pero nunca supimos quien lo bautizó así, se encontraba en las afueras, camino de Pinilla, cruzando el río Sauca, había que saltar una valla y caminar por una tierra de secano, a veces plantaban trigo y otras veces garbanzos, por eso de la rotación de cultivos. En lo alto de una loma había un par de manzanos y también un peral, llevaban muchos años sin podar, por lo que para tener acceso al preciado tesoro, había que trepar por sus ramas, pero merecía la pena, todavía recuerdo su sabor, redondas manzanas rojas, un delicado ocal solo para el paladar de reyes, todo eso en nuestras manos, con un leve esfuerzo.Pero esa tarde no fui ¿Fue para bien? Quien sabe, solo se que me dio mucha rabia vistos los acontecimientos que sucedieron, según me contaron más tarde, saltaron la valla y accedieron al huerto en fila india, todos llevaban pantalones largos menos Luis Antonio que además era el que cerraba la fila, no contaban que parejo al jardín de las Hespérides, este huerto también tenía su Anteo particular, dejó pasar a toda la tropa y quizás pisado por Luis Antonio, hizo presa en su tobillo una víbora que allí moraba, poco disfrutó de su triunfo, pues allí mismo dejó su vida por un cantazo justiciero, en vilo y corriendo llevaron a su casa al casi desfallecido chaval.En los pueblos tan pequeños, donde por aquel entonces, la pobre energía eléctrica que llegaba, no daba para mantener con vida a una televisión y los periódicos no llegaban, pues no había ningún quiosco a treinta kilómetros a la redonda, pues bien, la conmoción y la noticia corrieron parejos, como si de un toque de campanas a rebato, toda la vecindad se reunió en la plaza, pues en los bajos del ayuntamiento, estaba el dispensario de don Ángel, el medico del pueblo, poco estuvo allí el agredido, pues por aquel entonces, a pesar de que las víboras eran muy frecuentes en la sierra, no se disponía de suero antiofídico, por lo que le condujeron de inmediato a Madrid.A pesar que las fiestas fueron el mes pasado, estábamos en Agosto, la aglomeración de gente en la plaza era similar a un día festivo, no es que hubiera varios corros, más bien la plaza entera era un corro único de gente comentando el hecho, a pesar de la simpatía que se tenía en general por el chaval y su familia, algunos lugareños comentaban: “Hay que ver, estos veraneantes, es que no respetan nada y luego pasan las cosas”.¿Y yo donde estaba? Muy sencillo, el cielo se me había caído encima, me encontraba en el centro de la plaza, rodeado de un centenar de personas, pero me sentía en el polo sur o en la cima de la más ignota montaña, ¡Maldita sea! Podía haber sido testigo de un hecho, que ha conmovido hasta los cimientos el pacifico transcurrir del verano, pero no, estaba a doscientos metros del hecho, que era como estar a doscientos kilómetros, todo por no sacudir mi pereza, por tener en mis manos un estúpido bocata de Nocilla y por no manchar las asquerosas, feas e impersonales “tórtolas” Nadie me preguntaba nada, era yo el que preguntaba, no había sido protagonista, sino un mero espectador, comparsa entre tantos de la mayor noticia del verano y seguro que de los venideros.