El incongruente Ramón Gómez de la Serna

Publicado el 30 enero 2015 por Kirdzhali @ovejabiennegra

 

Ramón Gómez de la Serna explica cómo ser un orador.

Sobre mi escritorio reposan tres libros escritos por Ramón Gómez de la Serna: una novela titulada “El incongruente” y dos ensayos, “Ismos” y “Pombo. Biografía del célebre café y de otros cafés famosos”.

Sobre este escritor es tanto lo que se ha dicho, pero muy poco lo que se recuerda. Ramón, como le gustaba que lo llamaran, fue un agitador cultural, un escritor de cepa y un prócer de las vanguardias del siglo veinte.

No le hizo malas caras a ningún género y salió avante en todos: ensayo, novela, cuentopoesía, oratoria – incluso se dio el lujo de crear uno nuevo, la greguería, que es un híbrido entre el humor y la metáfora.

“¡Te noto muy fría, muñeca!”

Gómez de la Serna nació en Madrid en 1888, aunque fue un hombre universal y adelantado a su época. Pronto se dio cuenta de que el siglo veinte llegaba con avidez de transformaciones culturales y políticas, que estaría lleno de sobresaltos y que era importante que los artistas estuviesen listos para no ahogarse en la marejada del futuro. Comprendió con rapidez que el humor era lo último que le quedaba al género humano y que era la única respuesta lógica para una generación de políticos que no dudaron en arrastrar a millones de personas a morir en las trincheras, satisfaciendo así sus ambiciones mezquinas.

Sabía que la risa era la verdadera revolución, mientras que el comunismo y el fascismo solo eran tragicomedias totalitarias que la historia se encargaría de ridiculizar, pero contra las que el intelectual, el hombre sensibilizado por el arte, debía lanzar guantes blancos de burla y menosprecio.

Precisamente, la novela “El incongruente” nos muestra a un personaje que es el prototipo de un hombre del siglo veinte: incapaz de tomar una decisión definitiva, cayendo siempre en la falta de concordancia entre palabras y acciones. Es un tipo que no quiere comprometerse con nada y al que la falta de precisión, en la que no vive por convencimiento sino porque fue su destino – acaso si hubiese nacido en otro tiempo habría sido diferente –, le impide incluso alcanzar la satisfacción de sus anhelos y sus pulsiones.

Ama a muchas mujeres, incluso una de cera – ¡como el propio Gómez de la Serna! –, pero con ninguna llega a nada más que a un breve enamoramiento que pronto decae en tedio y olvido; viaja en su moto sin saber cuál es el freno; se moja con tormentas que le atacan en medio de días soleados y se tuesta durante los aguaceros. La fortuna lo empuja a caminar como un equilibrista sobre la soga del éxito y el fracaso, sin caer jamás en uno u otro. Es tan insípido como sabroso.

En resumen, se trata de un personaje que bien podría haberlo dado a luz Kafka, pero varios años antes de este.

A Ramón también lo apresaron por ser una bestia salvaje y un sicario de tinta.

Ismos”, por otro lado, es un ensayo que desnuda a las vanguardias. Es un lúcido estudio sobre los movimientos artísticos que estaban a punto de cambiar al mundo más de lo que los Stalin, los Mussolini y toda esa caterva de criminales tan letales como ridículos, lograrían jamás.

En efecto, en su ensayo “El puño invisible”, Carlos Granés concuerda en que los intentos descabellados de colectivización y cambio político fueron tan efímeros – en el caso del nazismo no superó los veinte años y en el comunismo los ochenta –, mientras que las transformaciones que empezaron en el Cabaret Voltaire aún hoy subsisten – con modificaciones – y han terminado por cambiar no solo el arte, sino a la civilización en general.

Ismos” describe al Futurismo y a Marinetti, al Dadaísmo y a Tristan Tzara… En ninguno de los casos cae en el tedio; al contrario, su entusiasmo nos contagia y su prosa elegante es un aliciente adicional.

Por último, en el “Pombo. Biografía del célebre café y de otros cafés famosos”, Ramón hace acopio de todo su humor e ingenio para narrarnos cómo era asistir a una de sus tertulias en aquel café madrileño del que solo subsiste una mesa – el escritor se hizo famoso por sus monólogos y por los banquetes que organizaba en honor de personajes reales o inverosímiles.

Nos narra la respuesta de Unamuno a su invitación para el ágape organizado en honor de Nadie, entablándose entre este par de gigantes un combate de ingenio y sutiliza. O cómo, por otro lado, Ortega y Gasset acudió con entusiasmo a la “Sagrada Cripta del Pombo”, transformándose en uno de los miembros honorarios de esta orden de artistas burlones.

Jorge Luis Borges también estuvo en aquellos convites, pero jamás logró encajar. Ambos escritores se respetaban, aunque contemplándose a distancia con un poco de ironía y desgano. La explicación acaso la dio el argentino al definir a las dos clases de escritores que, según él, existen: el primero es un asceta, un intelectual dedicado al estudio y a la lectura como una religión; el segundo es el carnal, el que vive con pasión y sus triunfos y fracasos son el alimento de sus escritos. Gómez de la Serna estaba en el segundo tipo y Borges en el primero.

En cualquier caso, ambos se volvieron a cruzar varias veces cuando Ramón tuvo que abandonar Madrid por la Guerra Civil, mudándose a Buenos Aires. El Pombo había quedado atrás, pero tanto el español como el argentino movieron a sus amigos comunes para publicar textos de uno y otro en revistas de ambos lados del Atlántico.

Pintura de Solana que nos muestra a Ramón y a sus contertulios en el Café Pombo (todos bebían agua).

¿Vale la pena leer a este prócer de las vanguardias en el siglo veintiuno? La respuesta es sí. Jóvenes artistas aparecen cada día y nos invaden con libros plagados de experimentación, convencidos de que ser innovadores, pero desconociendo que nada nuevo hay bajo el sol y que, antes, hombres como Ramón Gómez de la Serna ya habían intentado lo mismo y con mucha mayor fortuna.

Es importante tener a mano el bagaje cultural, sin decir con esto que se debe perder el estilo propio. Por el contrario, el pasado sirve para enriquecerse, para mejorar.

Ramón fue un erudito, podía escribir sobre Moratín con la misma suficiencia que sobre Marinetti o la luna, convirtiéndose en una pastilla de Alka – Seltzer al caer en el mar. Era capaz de innovar sin atrancarse en el tonto desprecio para con sus ancestros: mataba al padre para luego revivirlo a punta de carcajadas

Gómez de la Serna fue un genio incongruente, un personaje de una sus novelas, un prestidigitador que usaba la máscara de la superficialidad para regalarnos ese truco de espejos llamado literatura.