Sigo leyendo al maestro Borges, uno de los considerados grandes de la literatura universal, y no puedo sino sonreír ante un cuento suyo -La Trama-, tan eterno como su mensaje. Nada puede inventarse, pues: el ser humano es como es, desde su más primitivo comienzo. La evolución no se encuentra al alcance de todos. Si tenéis curiosidad por el tema, os aconsejo la película La invasión, cuyo final da qué pensar sobre la maldad innata (primitivismo) del hombre y su inevitabilidad. La opción B es un ser vivo sin emociones... ¿Acaso podemos elegir esto último, aun sabiendo que lo que escogemos es nuestro propio fin?Aquí os dejo el cuento referido:
La Trama, de Jorge Luis Borges.
Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.
Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.
NOTA: Y sigue subiendo el número de los seguidores de este blog. ¡¡Gracias!!