Además de las medias a las que nunca salen carreras, lo que más me gusta del documental Comprar, Tirar, Comprar (pincha en el enlace para verlo) es la impresora. Me identifico plenamente con el hombre que intenta arreglarla. Como tanta gente, me he tirado de los pelos muchas veces tratando de averiguar por qué no funciona cuando debería hacerlo. Los aparatos informáticos suelen, además, elegir los momentos más delicados para estropearse, como todo el mundo sabe.
Ahora lo entiendo mejor: es un complot. ¿Será también parte de algún complot la Ley de Moore, que convierte en arcaico un ordenador en cuestión de segundos? Bromas aparte, la cuestión no es si se puede encontrar un artículo más rápido y mejor (la respuesta es, invariablemente, sí). La cuestión es si realmente lo necesitas. Y si es tu mentalidad la que está "programada" para la obsolescencia.
¿Podemos hacer algo, además de sentirnos mal, tras ver esos gigantescos estercoleros de productos informáticos en Ghana? "La posteridad no nos perdonará", dice un activista del país africano. Eso sí que es el infierno, y no las perogrulladas que dice el Papa. Repito, ¿qué podemos hacer? Por lo pronto, que no nos la den con queso.
Por ejemplo: una empresa como Apple, preferida de la gente guay y progre, ¿cómo se permite ser semejante desastre medioambiental ?
Como aquí hablamos de bienestar integral (por dentro y por fuera, que sin una cosa nos quedamos sin la otra), volvamos al asunto de la felicidad. El economista Serge Latouche, paladín del decrecimiento, movimiento que arremete contra el santo grial de la economía, nos recuerda que si fuese cierto que el consumo ayuda a conseguir la felicidad, ahora seríamos inmensamente felices. En lugar de eso, pesa sobre nosotros la inconsciencia de quien quiere crecer ilimitadamente en un mundo finito.