En esta entrega cuento qué pasó después que tuve mi primer encuentro con Dios, como avancé y retrocedí en la fe.
Tenía 19 años y era una estudiante universitaria cuando comencé asistir a una iglesia evangélica, mis primeras impresiones fueron positivas, al poco tiempo y sin pensarlo mucho decidí bautizarme.
En ese entonces yo era la única en mi familia que asumía el compromiso de bautizarse y de asistir regularmente a la iglesia evangélica, aunque mi madre y hermana me acompañaron en una que otra ocasión a los servicios, no se comprometieron y mi padre ni por asomo se acercó.
Después de bautizarme, el novio que tenía me dejó, así que mi primera relación de noviazgo en un soplo se terminó.
Estaba sola en esto, así que asistir a la iglesia se delinió como un mero acto de voluntad y motivación que no podía depender de los demás.
Empecé a involucrarme en algunas actividades de la iglesia y poco a poco fui haciendo amigos.
Ir a la iglesia me gustaba, pero entre amistades, actividades y reuniones tenía desafíos personales tan fuertes que mi atención estaba dividida, especialmente porque habían carencias que mis padres no podían suplir y eso me hacía sufrir. Ver sonreír a las personas, las cuales parecían vivir cómodamente, sin carencias, sin cargas económicas, sin apuros, me creaba distancia, porque era difícil compartir mi dolor.
Había pecado en mi corazón, que no se resolvió cuando me bauticé, ni cuando asistí a cada uno de los servicios y actividades de la iglesia, tampoco mejoró con cada una de las conferencias internacionales a las que asistí, sino que mi concepción del pecado era tan pobre como la que tenía cuando había iniciado a congregarme.
Los años comenzaron a pasar, no solo no crecía, pecaba, no tenía idea de lo que significaba tener temor de Dios.
Terminé la universidad, me gradué, conseguí mi primer trabajo como ingeniera, intenté continuar asistiendo a la iglesia, pero mi fe no estaba dando frutos y no pasó mucho tiempo cuando abandoné.
El pecado estaba preparado para acompañarme por muchos años más, hasta hacerme caer en una fosa más profunda.
Por años no volví a una iglesia.
¡Hasta la próxima!