Esperaba impaciente frente al colegio. Subido en el coche y oyendo música, baladas suaves que emitía la radio. A través de la luna contemplaba la brisa arrastrar las hojas secas de los árboles. Ya los suelos eran cubiertos de mantos, marrones. El otoño había llegado.La visión le hizo recordar su infancia, con apenas diez años, correteando por la casa de sus abuelos, la cual tenía un enorme jardín trasero, lleno de árboleras y en donde pasaba las tardes correteando y balanceandose en un columpio artesanal, compuesto del neumático de la rueda de un coche, y de cuerdas atadas a un gran árbol. Los días de otoño que pasaba jugando allí o cuando correteaba por el manto de hojas secas, crujientes a su paso.
Tras pasar toda la tarde con las pequeñas, decidieron ir a comer al burguer que más le gustaba a su pequeña. Una vez comidas las dos niñas se caían de sueño. Dejó a su primita y ya en casa el padre la llevó en brazos a la camita. “Papi lo he pasado muy bien” le dijo.“Y yo mi reina” le decía. Miraba la cara de la niña feliz y en su interior solo sentía dolor. Un nudo se le formó en la garganta y unas lágrimas comenzaron a correr. La mañana anterior había visitado al doctor. El hospital estaba a unas horas de camino. Todo el tiempo deseaba y soñaba que le diesen buenas noticias. Varias horas esperando en la sala de espera, caminando de un lado a otro, con una punzada de ansiedad en el pecho. Y todo lo pasado, para que cuando al final entrase en la consulta el doctor le dijera con palabras lugubres.“Lo siento, hemos hecho lo que hemos podido” Y mirando al suelo dijo “Solo es cuestión de tiempo”
El hombre se desmoronó. Primero le quitaron a su mujer y ahora a su pequeña, “¿Qué clase de dios eres, que me destruyes la vida?” Deseaba sobre todas las cosas que le hubiesen diagnosticado la leucemia a él en vez de a ella. Lloraba y lloraba y su hija le preguntaba que le pasaba preocupada. Había intentado durante todo el día ser fuerte, había intentado parecer feliz y que su hija se divirtiera, pero ya no podía más. Se sentía hundido.“¿Papi por qué lloras? ¿Es por mami? No llores me pones triste.”“Quería mucho a tu madre igual que tu” ella asintió “Y sabes que ahora es Dios quien la cuida, él es nuestro padre. Tu abuelito también cuida de ella y nosotros un día descansaremos con ella en el cielo.