“Muy pronto todo Versalles descubrió no sin asombro que la huerta albergaba dos oráculos”.
Paseo de Luis XIV por la fachada Norte, Etienné Allegrain, óleo sobre lienzo, 1688.
I: Los jardines de Versalles.
Todo lo relacionado con una época habla de ella, incluido sus emblemáticos jardines, que no son más que, como diría Jean-Jacques Rousseau, el signo de una civilización. Un jardín demuestra la capacidad persuasiva de la razón ante el arrebato de la naturaleza virgen. Un jardín es un espacio que materializa la relación del hombre con el universo y, por tanto, ese espacio tiene la capacidad de mostrar el rostro de una era determinada.
Los laberínticos y geométricos jardines de Versalles, asiento de especies de plantas singulares y vulgares, que ceden espacio a fuentes, cascadas, rocallas y esculturas de herencia clásica, son el reflejo de la voluntad de Luis XIV (1643-1715), el Rey Sol.
“El estado soy yo”, dice el emblema del monarca que decidió convertir una zona pantanosa en símbolo de la opulencia de su reino. Fueron los jardines de Versalles lugar de esparcimiento, cárcel dorada donde se mantenía atrapada a la nobleza, fuente de alimentación y viva imagen del poderío del Rey. En el agua atrapada en los estanques se refleja una época.
Cada período de la historia nos ha legado un modelo de jardín, de ahí que existan los jardines de tipo romano, árabe, medieval, renacentista… Los jardines de Versalles también crearon escuela; por un lado, mantuvieron la naturaleza mística que encontramos en los parterres de los monasterios medievales, donde los cartujos oraban y cultivaban sus huertos-jardines, y, por otro, equilibrando los volúmenes, ampliaron el horizonte, sacando a la intemperie la vida, haciendo sentir a las pupilas la infinitud del espacio.
En Versalles se vislumbra el temperamento racional que varios años después daría lugar a la Ilustración -La Enciclopedia de Diderot y D’Alemberty se publicó entre los años 1751 y 1780 y Luis XIV falleció en 1715.
Luis XIV asignó a la huerta una parte de los terrenos destinados a los jardines, de forma que convivían en armonía palmeras, naranjos, almendros, plantas aromáticas, flores de temporada y arbustos y árboles podados con formas ornamentales, diseñó espacios abiertos y simétricos, anuló todo desvío caprichoso y agregó una variedad de accesorios ornamentales, consiguiendo así un nuevo tipo de jardín: el efectista, conocido popularmente como jardín francés.
Le Château et l’Orangerie, Etienné Allegrain, óleo sobre lienzo.
II: La novela.
El jardinero del Rey tiene como escenario los jardines de Versalles. En el libro, lo que acontece dentro de la huerta es responsabilidad de La Quintinie, el humanista laico -este es un concepto moderno, pero describe muy bien al horticultor-, y lo que sucede fuera de ella es competencia del monarca absolutista y guerrero.
Es El jardinero del Rey una novela histórica, amena y descriptiva. Un libro que cuenta con un anexo muy útil, pues incluye una pequeña biografía de las personalidades de la época que se asoman por las páginas.
En esta novela aparecen, por ejemplo, el conde de Namour, el mariscal Turena, Madame de Sevigné, el médico Louis Morin, la hechicera La Voisin, el arquitecto de los jardines André Le Nôtre, el Gran Condé, el dramaturgo Thomas Corneille, el superintendente Nicolas Fouquet, el compositor y músico Giovanni Battista Lulli (Lully)…
En El jardinero del Rey se describen asuntos que tuvieron gran repercusión social. Los capítulos dibujan con trazo definido la vida de los cortesanos y de la muchedumbre, mostrando mentira, vanidad, pobreza, adulación, miedo…
La trama también se hace eco de los enfrentamientos entre católicos y protestantes, así como de las batallas que libró el monarca que doblaba los árboles sólo con mirarlos.
La Isla Real y la cuenca del Espejo, Etienné Allegrain, óleo sobre lienzo, 1693.
¿Qué más puedo decirte para animarte a leer El jardinero del Rey, una novela ligera que presenta un trozo de historia entre árboles frutales, acequias y fuentes?
Leámosla, pues, y contemplemos los hechos como si estuviésemos sentados en una mullida butaca de teatro. Imaginémonos que suena la campanilla, que se abren las cortinas y que ante nosotros aparece Jean-Baptiste de La Quintinie, el horticultor de Luis XIV. Se encuentra en el proscenio, encorvado, desyerbando un surco de habichuelas. Nada, en esta primera escena, hace presagiar que vas a ser testigo de un duelo entre titanes. ¿Quién reta? La luz de la razón. ¿Quién es el desafiado? El absolutismo monárquico. Y aunque sepas quién es el vencedor, pues aún falta tiempo para que presente credenciales la Revolución francesa (1789-1799), vale la pena disfrutar de esta función.
La novela El jardinero del Rey está publicada en la editorial Duomo.
Notas:
–Jean-Baptiste de La Quintinie (1626-1688) fue nombrado por Luis XIV en 1678 “intendente de los vergeles de frutales y de hortalizas de todas las moradas reales”. Construyó, entre 1678 y 1683, el huerto-jardín de Versalles y es el autor del tratado “Instrucción para huertos de frutas y hortalizas”.
-El arquitecto de los jardines de Versalles es André Le Nôtre (1613-1700).