Revista Diario

El jefe indolente

Publicado el 11 mayo 2010 por Bloggermam
El jefe indolenteLa oficina central era una gigantesca sala blanca. Apenas se podía distinguir en el final las paredes del techo. Hasta dónde alcanzaba la vista había una sucesión de mesas blancas, todas con su correspondiente pantalla plana en las que se veían escenas cotidianas de todas las partes del mundo.
El resto del personal de la oficina vestía uniformes blancos iguales entre sí, que sólo se diferenciaban en el color de las solapas para indicar el peldaño del escalafón en el que se encontraban. No paraban de moverse de un lado para otro, con calma, pero sin pausa. Parecía que formaran parte de una colosal coreografía burocrática.
De negro, con paso distraído y ajeno al movimiento que le rodeaba paseaba, satisfecho, el responsable de tan bien organizado caos. El viejo de melena y barbas completamente blancas deambulaba con mirada ausente moviéndose entre sus empleados ensimismado en sus pensamientos, hasta que fue abordado por un apuesto joven de solapas doradas.
Se notaba que el joven tenía una confianza especial con el jefe que no había con el resto de empleados, era el único que se podía dirigir al anciano jefe sin enrevesados preámbulos.
-Hola jefe -dijo, directo, pero con total corrección- le traigo los informes que me pidió ...
-Gracias -le interrumpió el viejo, saliendo de su sopor- siempre tan eficiente. Estoy muy satisfecho con tu trabajo.  Y...
-De eso quería hablarle, si me permite. -susurró, sabía como todos que no era aconsejable contrariar al viejo y cargó sus palabras con el más dulce de los tonos- Llevo mucho tiempo con la misión que me encargó y esta labor de servicios sociales me ha permitido conocer a fondo las grandes miserias y penurias que pasa la gente...
El jefe hizo oídos sordos, no le apetecía escuchar quejas y menos procedentes de su colaborador más cercano. Con la mano y gesto displicente detuvo el discurso del joven y continuó con lo que quería decir al principio.
-Sí, sí, sí ... Estoy muy contento con tu trabajo y estoy pensando en que puedas sustituirme de vez en cuando. Estás perfectamente preparado para asumir toda la responsabilidad. Has trabajado muy duro y te mereces este gran reconocimiento.
El halago y tan estupenda oferta no parecieron hacer el efecto esperado en el joven de solapas doradas, lo cuál contrarió al anciano, que de repente recordó la queja inicial que tanto le preocupaba a su futuro sustituto.
-Respecto a lo que decías sobre las miserias es cierto, pero no se le puede dar todo a la gente, cae en malos vicios. Por otro lado las penurias siempre son un acicate para tratar de mejorar. En la mano de cada uno está el intentar esforzarse en superar la adversidad. -trataba de quitarle importancia a un asunto incómodo que no le apetecía tratar- No obstante deduzco por tu tono que la situación ha empeorado ¿Tan mal está la cosa? Lo cierto es que ahora estoy más pendiente de un proyecto de marketing sobre lo que hemos logrado, que en este tipo de detalles. Los resultados de las encuestas no parecían ser tan negativos.
El joven estaba decidido a que esta vez el anciano no se le escapara con evasivas. Había meditado mucho sobre la situación y tenía claro lo que quería hacer. El tono con el que dirigía a su superior cada vez era más severo. Estaba claro que con dulzuras el patriarca se le escaparía como lo había hecho tantísimas veces antes. Así que decidido a no dejar pasar la oportunidad para criticar, continúo con sus reclamaciones.
-La gente siempre le hecha la culpa de sus males a quién tiene más cerca, por eso nos libramos de valoraciones negativas...-quería dejar claro que no estaba de acuerdo con la excusas fácil de las encuestas- Pero también quería hacer un comentario sobre el folletín de propaganda que estás haciendo. He visto el primer borrador en el que se cuenta el inicio y cómo conseguiste levantar todo esto de la nada...y no hay quién se lo crea.
-Sí, me he tomado ciertas licencias...-respondió socarronamente el líder- pero a mi me gusta como queda. Y estoy seguro que habrá muchísimos que ni se plantearán ponerlo en duda, ¿no te parece divertido?
Casi no podía contener la risa, pero la mirada del subalterno hizo que tuviera que guardársela para una mejor ocasión. Y sólo pudo continuar escuchando.
-Llevo mucho tiempo gestionando personalmente todos los temas sociales que me has encargado, y estoy preocupado. Creo que no hacemos lo suficiente por la gente. Estoy viendo todos los días una gran cantidad de miseria y de injusticias. Las enfermedades se ceban con los más débiles, los niños mueren de hambre, la mayoría de la población subsiste en la pobreza absoluta, la violencia estalla por todas partes. ¡Nos están reclamando ayuda sin parar y nosotros no estamos haciendo nada!
-Les damos esperanzas, dijo el jefe intentando aplacar los ánimos.
-¿Esperanzas? -respondió más airado todavía- Unos fantasean con comida, otros se resignan a esperar una muerte menos cruel que la vida, los fanáticos se aprovechan de nuestra pasividad. ¿Eso es lo que quieres darles?
-Me hago cargo de las dificultades, pero tu trabajo no es facilitarle la vida a la gente. Así que apacigua tu ánimo y toma las cosas según vienen. Ten en cuenta que tú sí que vives como un auténtico príncipe, gracias a mi.
-¿Se supone que por eso debo ser servil? ¿Tengo que hacer como todos estos lameculos que hay por aquí? Estás muy mal acostumbrado y estás confundiendo el respeto con el temor que todos tienen a tu mal carácter.
El jefe apenas podía balbucear un argumento para detener el torrente de reproches de su mano derecha. El joven estaba desatado y no parecía que nada pudiera detener el torrente de críticas.
-Tú todo te lo tomas a risa. Estás aquí medio dormido, sin que te importe la gente una mierda. Mientras yo he estado con ellos en la calle, respirando el olor a miseria, viendo como una enfermedad tras otra acaba con miles de personas de las formas más crueles que se puedan imaginar. He visto morir niños de hambre sin que sus padres pudieran hacer nada por remediarlo. Hay gente que tortura a sus propios hermanos, viola niños, hay guerras, la codicia dirige el mundo. He intentado darles alimentos, cumplir algún sueño suyo, eliminar las enfermedades y tú deniegas todas mis peticiones sistemáticamente, cabrón.
Todo el personal de la gigantesca oficina se detuvo asombrado ante la vehemencia del joven. Nunca nadie se atrevió a empelar ese tono con el jefe. Incluso el propio patrón quedó a merced de las palabras del joven, que le miraba con los ojos encendidos, continuando con su discurso.
-Yo soy el que se preocupa constantemente de ellos, el que vela por su descanso, yo soy el que lucha contra tu dejadez...y los muy estúpidos ponen en las encuestas que están contentos con lo que haces. Pero a pesar de ello, quiero ayudarles, porque ellos no tienen la culpa de que tú les engañes, de que les ignores y sólo te acuerdes de ellos para reírte en su cara.
El anciano jefe salió de su estupor y dominando su conocida ira, habló con voz templada:
-Ya veo que hay veces que uno se equivoca...Es evidente que me equivoqué contigo. Tu carácter blando es la prueba de que que no estás preparado para sustituirme. Dame tus galones, no temas,  me has servido bien y te enviaré a un buen destino.
-¿Así solucionas todo? Si no te gusta algo lo alejas de ti o miras para otro lado. Contaba con ello.
-¡Obedece! ¡Dame tus solapas doradas y olvida esas ideas absurdas!
-Sí, me voy a ir de aquí, pero no a dónde tú decidas. Voy a volver con la gente y les voy a dar todo lo que quieran. Voy a hacer todo lo posible para que su vida mejor. Las facilitaré formas para que alcancen sus anhelos. Sé que no tengo los medios que tú tienes, pero lucharé. Sé que toda tu propaganda barata irá contra mi, pero no me importa. Prefiero todas la calamidades antes de estar un segundo más en tu presencia. Y -mirando a toda la sala- el que esté harto de este anciano déspota se puede venir conmigo también.
Acto seguido se despojó del uniforme lanzándolo con desprecio a la cara del jefe y dándole la espalda dio el primer paso de su camino sin retorno.
Unos pocos le imitaron y pasaron rozando al jefe con descaro, que atónito observaba una rebelión que nunca había imaginado que pudiera suceder.
-¡A mi no me lleva la contraria nadie! ¡Nadie! ¡Regresad desagradecidos!
Airado, frustrado y estallando en furia infinita sólo pudo masticar un rencoroso "¡Lo vas a lamentar, Lucifer!"

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