Revista Literatura

El Juego

Publicado el 07 septiembre 2011 por Viktor @ViktorValles
A Ari Angulo
Era una plácida noche de setiembre, expirando el verano. La luz de la luna atravesaba la ventana, impactando contra la pared desnuda, mientras yo observaba a los murciélagos revolotear alrededor de una farola de luces intermitentes. El silencio envolvía las calles en su halo de misterio sordo, era un instante aparentemente perfecto.Atrás quedaron las juveniles y embriagadas noches que jamás terminaban, eran tiempos de admirar la belleza de la calma a través de la ventana, de sosegar en todo aquello que jamás sosegué, de inspirar y meditar, de aferrarme a la tranquilidad del hogar. Y a aquello me disponía yo en aquella calmada noche de setiembre, contemplando a un murciélago que revoloteaba alrededor de una farola de luces intermitentes, evitando impactar contra su férreo enemigo.
Me adentré en el viejo piso y serví dos copas de whisky. Era uno de mis extraños hábitos, no me gustaba beber solo y, en mi soledad, servía dos copas que yo mismo bebía, intercalando mis ojos entre blanco y negro. Un concepto algo esquizofrénico pero que, sin embargo, yo tenía como auténtico. En mi cuerpo convivían dos ánimas: la primera, bondadosa y amable, servía a mis semejantes sin rechistar; la otra, por lo contrario, competía con todo aquel que se cruzara en mi camino y no dudaba en entregar dolor a quien se opusiera a mis ideas y decisiones.  Eran dos polos opuestos conviviendo en un mismo cuerpo, un alma partida en dos que vivía en constante enfrentamiento, una batalla incesante que se servía solamente de treguas cuando una de las dos fracciones caía abatida bajo el peso de la contraria.
Empezó a beber el primer. Entre sorbo y sorbo anotaba versos e ideas en un papel, estaba inspirado en aquella noche mágica. Eran versos llenos de amor y melancolía, sentimiento empapado en papel. Bebía con calma, no tenía prisa por llegar a ninguna parte. Cada ciertos segundos observaba por la ventana en dirección al cielo, las estrellas brillaban con fuerza y aquello le parecía un espectáculo inmersamente bello y digno de admirar. Sin poderlo evitar una lágrima escapó de sus ojos, desde que  Ariane se marchó el horizonte le parecía aún más lejano, el tiempo transcurría lento y el dolor se multiplicaba por diez. En sus entrañas se fabricaba amarga poesía física, pura y sin filtrar. Era de vital necesidad para él escribir sobre la piel, uniendo los poros con tinta china. Terminó la copa secándose las lágrimas, ansioso por olvidar.Y llegó el turno de su antagonista. Levantó la copa con arrogancia y bebió de un trago la mitad. Agarró furiosamente la pluma y empezó a suprimir versos, uno a uno hasta dejar la página en blanco de ideas. Entonces una carcajada rompió el silencio que consumía la soledad. Disfrutaba con la destrucción y la anulación de todo cuanto le rodeara, nada en el mundo le servía tanto placer. Se mostraba nervioso, impaciente por derribar los muros que ante sí se habían construido. Bebió de un trago la otra mitad y golpeó la mesa con la copa, no había tiempo que perder.
Me incorporé y observé el suelo, una formación perfecta de baldosas blancas y negras que formaban un auténtico tablero de ajedrez. Busqué dentro de los bolsillos, saqué de ellos un cigarrillo y lo encendí mientras regresaba al costado de la ventana. Me apoyé en ésta, observando a mi propia sombra proyectada en la pared. Por un instante alcé la vista al techo y, al dejar escapar el humo, empecé a toser.
El humo se solidificaba en mi garganta y partía despedido de la boca hacia el suelo de baldosas blancas y negras.Al relajarme, ya de rodillas en el piso, observé como treinta y dos figuras se habían formado ante mí.
La mayoría eran simples e insípidas, su aspecto era sencillo y parecían incluso mal talladas. Su rostro era inexpresivo, ni sentían ni padecían: solamente obedecían. Tras éstas se encontraban otras piezas que parecían más interesantes.Había un par de ellas con angelicales alas en el lomo, completamente desplegadas, y cuyos verdes ojos alumbraban como faros; otro par lucían alas oscuras y rostros pálidos, su mirada parecía presagiar un llanto y sus manos parecían débiles y agotadas. Una de ellas lucía una corona brillante y majestuosa, una túnica blanca y diversas joyas, su rostro era amable y sus manos parecían no conocer arado, sin embargo fue otra quien copó mi atención…Era una figura insólita, en el interior de su boca amenazaban unos dientes afilados y putrefactos, el aliento que despedía era capaz de ejecutar la naturaleza a su paso. Su espalda permanecía curvada y sus manos formaban conminatorias garras capaces de degollarme con una sola caricia. Parecía no conocer la luz del sol, en su extrema palidez se reflejaba la sangre en sus ojos esperando a ser derramada ante sí. En su frente vestía una corona de espinas que le hería dejando caer pellejos inertes a su alrededor. Sin embargo en parte me reflejaba en él tanto como en el resto de figuras. La detestaba más que a las otras, sin embargo la amaba como a la que más…El Juego
Pronto formaron filas, los blancos enfrentados con los negros. Impasibles permanecían, observándose los unos a los otros en absoluto silencio mientras el tic-tac marcaba sus pestañeos. Hasta que el reloj marcó la medianoche. Empezaron a desfilar primero los peones, lentos y torpes, a través del tablero de baldosas. Saltaban de azulejo en azulejo sin terminar de comprenderse, simplemente obedecían a las poderosas piezas que se posaban tras ellos. Tras diversos movimientos se encararon, los claros contra los oscuros, y una campanada irrumpió en la escena. Con pequeños cuchillos empezaron a matarse los unos a los otros, sin mediar palabra ni dirigirse la mirada: matar por matar. Al expirar las figuras recobraban el estado ahumado, desvaneciéndose en mitad del salón.Prosiguieron las piezas de atrás, primero enfrentándose con los peones y más tarde entre ellas. La escena tornaba más sanguinaria y brutal por momentos, ríos de roja tinta corrían de baldosa en baldosa.
Las piezas oscuras se servían de garras y dientes, salpicándose con la sangre del enemigo, mientras las contrarias se servían de dagas doradas que luego limpiaban con un paño blanco. Yo me frotaba los ojos con frecuencia, no podía creer que aquello que acontecía ante mis ojos fuera real.
Prosiguió la partida, muerte tras muerte y mi alma se sentía cada vez más herida. Pronto comprendí que aquellas piezas que sobre el tablero se posaban no eran más que trocitos de mi espíritu que, solidificados, se mostraban ante mí.Allí encontraba a mi yo herido, mi yo creativo, mi yo dramático, mi yo dulce,… También mi yo rencoroso, mi agresividad, mi ego,… Se enfrentaban ante mis propios ojos con un único objetivo: sobre el tablero solamente podría quedar uno de ellos, un solo trocito de mi mísera alma.
Y así llegó al punto incandescente aquella partida de ajedrez: sobre el tablero solamente quedaban dos piezas, mi divinidad y mi maldición. Jugaban primero a evitarse, alejándose la una de la otra dando bandazos sobre el tablero, como si una danza cobarde aquel juego fuera. Después procuraron cercarse, procurando controlar las salidas del contrincante, cual no dejaba de ser uno mismo observado en un espejo distorsionado.
Y arribó el trance a la consumación. Ambos se observaban fijamente, unos ojos ensangrentados se reflejaban sobre el verde luminoso de los contrarios, los dos estaban preparados…El engendro se lanzó sobre la bondad, mordiéndole en la yugular. Con sus garras arañó su rostro hasta desfigurarlo, formando un charco de sangre bajo sus cuerpos ahumados.
Caí rendido, estacando mis rodillas en el suelo. Lágrimas cayeron sobre éste, amargas lágrimas como puños que escupían mis ojos. ¿Por qué…?Las gélidas rejas atrapaban mi corazón, encadenado éste con grilletes irrompibles por toda la eternidad, condenado a sufrir en la soledad de la fiera.
Entre mis manos acogí a aquel ser inerte, contra mí se dirigía la mirada de aquel maldito engendro que reía incesantemente. Mi alma extinta, mi alma a pedazos había perdido la partida contra sí misma…La salvación se alejaba con vertiginosa velocidad, y es que la partición de almas había juzgado y decidido un veredicto: yo era humano, demasiado humano.

Víktor VallesImagen "robada" a  Violet Kill (perfil DevianArt / perfil Flickr)


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