Tras un paréntesis demasiado largo, reanudo mi actividad bloguera. Me siento extraño después de esta obligada sequía. Y es impagable, la verdad, enfrentarse de nuevo al vértigo de un folio en blanco. Pocas cosas hay tan emocionantes.
El pasado 3 de junio, por razones que no hacen al caso y que tampoco quiero recordar, quedé fuera de la circulación, nunca mejor dicho. Cuatro semanas, eternas, entre algodones mientras la noria de la vida giraba y giraba imparable. Una parada no programada, imprevista y dolorosa cuyas primeras lecciones tienen que ver con el azar, el destino y la fatalidad. Además, claro, de la fragilidad del cuerpo humano, la inevitable autocompasión y la actitud ante un descalabro imprevisto. Pero también con la capacidad de superación, si tienes la fortaleza suficiente o el apoyo y el cariño de los más cercanos. Y también con la evidencia de que a veces es bueno parar, pensar que las cosas ocurren por algo y que quien tropieza y no cae adelante dos pasos. Caer y levantarse. Recaer y levantarse. “Si te caes siete veces, levántate ocho”, que diría el proverbio chino. Sobre dos ruedas, con una sola, cojo o manco, a saltitos o con el brazo en cabestrillo, pero siempre en busca de Ítaca, sigo con mi Odisea.
Pues eso, que no hay mal que por bien no venga, que nunca es tarde si la recuperación es buena y que estamos de nuevo en la carretera. Con la muñeca derecha casi rígida, pero con ganas de dar guerra. Gracias.