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El lacre bien rojo

Publicado el 22 mayo 2010 por Lorena
   Hola a todos. Espero que hayan empezado bien el fin de semana. Les dejo otro de mis cuentos para que los acompañe durante un ratito.
El lacre bien rojo
   Al final, todo se había resulto con extrema rapidez. Había recibido la primera carta sólo tres meses antes. Hacía sólo tres meses su vida había sido otra, tranquila, solitaria, repetitiva. Predecible.
  Entonces, un día, había llegado aquel sobre misterioso. Su color crema y su ancestral lacre hicieron que se resaltara entre la demás correspondencia. Él había tomado el sobre con delicados ademanes, cual doncella, y había mirado largamente el escudo incrustado en el bermejo lacre. No había tenido la más remota idea sobre su contenido, pero la elegante escritura gritaba su nombre con intrigantes decorados. Había estudiado el sobre a trasluz, buscando una forma de abrirlo sin estropear el añejo lacre.
  Después de unos minutos de duda, al fin había puesto las manos sobre la inesperada carta. La escritura era tan adornada como la del sobre, parecía enroscarse en el papel, como si estuviera encadenada a la hoja donde había sido puesta. Aún así, lo más asombroso había sido lo que decía.

  «Sólo tres meses» pensó, mientras observaba el imponente castillo frente a sí.
  Verdes praderas lo rodeaban por completo. Sólo había un tímido camino de tierra a su espalda donde estacionó el auto de alquiler. Un sucio anacronismo en ese paisaje. Alzó las valijas y se encaminó hacia la puerta principal, que se abrió sola. Él la atravesó sin pensar, suponiendo que cualquiera hubiera oído el motor del auto en aquella soledad. Pero nadie lo esperaba al atravesar el umbral.
  El polvo era tan espeso que sus pasos le hicieron estallar en violentos estornudos. Dejó las valijas en el suelo para buscar un pañuelo.
  —¿Señor, Drake? —una frágil voz lo sobresaltó.
  Él buscó a su alrededor y encontró un viejo criado bajando por la gran escalera principal.
  —¿Señor, Giska? —preguntó a su vez.
  —Señor, Drake —dijo el viejo acelerando el paso—, ha llegado usted antes de lo planeado.
  —Ah, sí —dijo Drake guardando el pañuelo—, he tenido suerte, pude conseguir boleto en un tren anterior y alquilé un auto para llegar hasta aquí.
  —Eso no era necesario, señor Drake —dijo el viejo cerrando la puerta mientras miraba con asco al auto—, habríamos ido a buscarlo si nos avisaba.
  —¡Pero si no tienen teléfono! —sonrió Drake.
  —Habríamos ido —murmuró el viejo y se agachó a agarrar una de las valijas.
  Drake lo siguió por pasillos interminables hasta alcanzar una habitación enorme.
  —Le diré a Olga que le traiga algo de comer —dijo el viejo y se fue sin más explicaciones.
  Drake se giró conmocionado. Aquel lugar era inmenso. ¡Y era todo suyo!
  Sonrió más abiertamente. Todavía no podía creerlo, palmeó la carta que llevaba en el bolsillo y que había re-leído miles de veces. Cuando vendiera todo eso sería muy rico.
  La puerta se abrió de golpe y Drake se sobresaltó. Una mujer enjuta se quedó en el umbral.
  —Giska ha dicho que desea comer —ladró—. Pues tendrá que esperar, no tengo nada preparado.
  La mujer se volvió y se fue murmurando algo que sonó a «Señor Drake».
  Él se sorprendió, pero como en realidad no tenía hambre, lo encontró divertido. Decidió recorrer el castillo por su cuenta.
  Después de lo que le parecieron horas viendo la misma habitación con pequeñas modificaciones, llegó a una pesada puerta llena de grabados. Apenas la abrió, el pesado aire que salió de allí, lleno de moho y humedad, le hizo pensar que sería el camino a los famosos calabozos de los castillos. Una malsana curiosidad lo hizo entrar con rapidez en aquella embriagadora oscuridad. La luz sólo era suficiente para reconocer no más de dos escalones frente a él.
  Al terminar de bajar, llegó a un estrecho pasillo iluminado, cada tanto, por débiles antorchas. Caminó con decisión, a paso vivo, hasta que escuchó un rumor. Entonces apretó el paso, y comenzó a escuchar murmullos. Cuando ya estaba cerca del final del pasillo, donde se entornaba una puerta, los murmullos se convirtieron en gemidos. Drake apresuró el paso, hasta que un alarido le congeló justo cuando se disponía a abrir la puerta.
  Juntó todas sus fuerzas para dar ese empujón. La escena que apareció ante sus ojos lo golpeó. Su rostro se transformó mientras su cuerpo se congelaba otra vez.
  Tres jovencitas colgaban desnudas contra la pared. La mujer enjuta estaba cerca de una de ellas. Un cuchillo goteaba en su mano, un cuchillo rojo como el lacre del sobre.
  Olga se volvió hacia él con una mirada severa.
  —Le dije que tenía que esperar —murmuró entre dientes—, todavía no tengo la comida lista.
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