No todos los tipos y grados de felicidad son igualmente positivos e incluso la persecución de la felicidad puede hacer que la gente se sienta peor.
Los seres humanos solemos decir que lo que realmente queremos es ser felices, aunque la felicidad no está garantizada. Tratar de ser feliz es todo un arte y muchas veces nos solemos conformar solamente con perseguir esa felicidad. Ya en la declaración de independencia de EEUU Tomás Jefferson colocó la persecución de la felicidad como un derecho inalienable en una frase que quedó para la Historia (“We hold these truths to be self-evident, that all men are created equal, that they are endowed by their Creator with certain unalienable Rights, that among these are Life, Liberty and the pursuit of Happiness.”). Antes de ese momento y después se han tratado de dar todo tipo de recetas para encontrar esa felicidad de la que parece que carecemos. Quizás la naturaleza humana es insaciable y terminamos acostumbrándonos incluso a esa felicidad que creímos una vez encontrar. Quizás la felicidad es inalcanzable o puede que esté tan cerca que no la vemos.
Pero, ¿merece realmente la pena perseguirla? Es más, ¿es la felicidad un valor absoluto a toda costa? Imaginemos que un señor sabio al que conocemos un buen día por la mañana y con la cara boba y sonriente nos dice: “Qué feliz soy, soy tan feliz”. Pensaremos inmediatamente que ha perdido el juicio o la inteligencia.
Ahora, un estudio publicado en Perspectives on Psychological Science pone en entredicho el valor absolutamente positivo de la felicidad. Según sus autores la felicidad no debería ser tenida universalmente como buena. Según ellos no todos los tipos y grados de felicidad son igualmente positivos e incluso la persecución de la felicidad puede hacer que la gente se sienta peor.
Según June Gruber, Iris Mauss y Maya Tamir, de las universidades de Yale, Denver y Hebrea de Jerusalen respectivamente, la gente que se marca la felicidad como una meta puede terminar peor de como comenzó.
En los libros de autoayuda muchas veces se ofrecen recetas o herramientas para hacer que uno sea más feliz, como tomarse un tiempo cada día para pensar sobre las cosas que a uno le hacen feliz o por las que está agradecido en la vida. Estas herramientas no son necesariamente malas. Pero según Mausss y sus colaboradores, cuando uno las usa con la motivación o expectativas de que tienen que hacerte feliz pueden dar lugar a decepción y terminar disminuyendo la felicidad propia.
En uno de los estudios que realizaron encontraron que la gente que lee artículos de los periódicos que ensalzan el valor de la felicidad se sintieron peor después de ver una comedia cinematográfica que aquellos que leyeron un artículo del periódico en el que no se mencionaba la felicidad. Presumiblemente esto de debería a que los primeros se sintieron defraudados al no sentirse más contentos. Cuando las personas no terminan tan felices como esperaban se sienten fracasados y esto les puede hacer sentirse incluso peor.
Demasiada felicidad puede ser también un problema. Un estudio que hizo un seguimiento de niños desde los años veinte del pasado siglo hasta su vejez encontró que aquellos que morían más jóvenes fueron calificados como alegres por sus profesores.
Los expertos han encontrado que la gente que siente un alto grado de felicidad puede que no sea tan creativa y además es propensa a arriesgarse más. Así por ejemplo, las personas con alguna manía, como el desorden dipolar, tienen un grado excesivo de emociones positivas que pueden conducirles a asumir riesgos, como el abuso de sustancias, conducción rápida al volante o a gastar sus ahorros de toda la vida. Pero, según Gruber, incluso un alto grado de felicidad puede ser malo en la gente que no tiene un desorden psiquiátrico.
Otro problema es sentir felicidad inapropiadamente. Obviamente no es sano sentirse feliz cuando alguien está llorando la pérdida de un ser querido o cuando te dicen que un amigo salió herido de un accidente de tráfico. Estos investigadores han encontrado que esto sucede en gente con manía.
Ser muy feliz puede significar además que se tiene un déficit de emociones negativas. Las emociones negativas cumplen su papel. Así por ejemplo, el miedo puede evitar que tomemos riesgos que pueden poner en peligro nuestra vida y la culpa puede recordarnos que debemos de comportarnos bien con los demás.
Los psicólogos han descubierto qué es lo que, aparentemente, aumenta la felicidad realmente. Un vaticinador de la felicidad no es el dinero o el reconocimiento social a través del éxito o la fama, es el tener relaciones sociales valiosas o con sentido. Esto significa que la mejor manera de aumentar la felicidad es dejar de preocuparse por ser feliz y en su lugar encaminar los esfuerzos a alimentar los lazos sociales que se tienen con los demás. Si hay alguna cosa sobre la que hay que concentrarse, concéntrese en eso y deje que lo demás venga por sí solo.