Revista Diario

El lago mágico

Publicado el 24 marzo 2010 por Emibel

Semeyes de Xavie
Erase una vez un lugar mágico donde había un lago que separaba dos tierras.
Una de las tierras era habitada tan sólo por seres diminutos insatisfechos con las vidas que les había tocado vivir.
En ese lugar había un castillo donde residía un mago, un anciano con una larga barba blanca llamado Conversor.
Conversor, como sabio que era, lo visitaban reyes y gentes poderosas de la época para que les desvelara un futuro incierto. Era hábil preparando sus pócimas de la conversión.
Un día se acercaron al castillo, subiendo las angostas escaleras que dirigían a una de las almenas donde se encontraba Conversor, una pareja de niños infelices.
Aquellos niños vivían un amor escondido.
Mirla, la niña de ojos azules y trenzas doradas pertenecía a una familia rica que no aceptaba a Limo, un niño pecotoso, de pelo rojizo y ropas harapientas que dedicaba su vida a ayudar a su pobre familia en las labores de la tierra del ducado de la familia de Mirla.
Quedaban los niños todas las tardes en las profundidades del bosque cercano al lago para llorar sus tristezas y cantar al amor, su amor imposible.
Una de esas tardes, el sol lucía de una manera especial, los trinos de los pájaros les acompañaban. De repente oyeron un trino diferente, un gran ave se posó junto a ellos y les dijo:
- Visitad al mago, él os podrá ayudar.
Sin pensárselo dos veces, corrieron hacia el castillo, hablaron con el mago Conversor y el anciano, viendo aquellos ojitos húmedos, no pudo negarse a ayudarles. Y les contó:
- En una noche de luna llena teneis que dirigiros al lago, quitaos vuestras ropas, depositadlas a la orilla de éste, donde vais no necesitais ropas, no necesitais nada más que vuestro amor. Sumergíos en las frías aguas y nadad, no dejeis de nadar hasta que alcanzeis la otra orilla del lago. En esa otra tierra podreis vivir tranquilamente y gozar de la paz de sus habitantes.
Así hicieron los niños, esperaron esa noche de luna llena, se despojaron de todo lo inútil que llevaban sobre sí, introdujeron sus cuerpecitos en esas frías aguas y nadaron, nadaron sin cesar sobre las aguas del lago mágico que convertía en otros seres a todo aquel que se bañara en sus aguas.
Alcanzaron la orilla y pudieron disfrutar de su transformación, eran dos preciosos cisnes negros, cuerpos bellos y elegantes vestidos de ricos plumajes, sin diferencia de clases, sin esconder su amor.
Allí, junto a la orilla, observaban la tierra de dónde habían venido y nunca más volverían. Habían abandonado la tierra de los humanos para vivir, gozar y morir en la tierra de los animales.
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Autora: Emibel Este cuento lo había escrito hace un tiempo para otro blog así que algunos de vosotros lo conocereis. Me apetecía compartirlo con quienes no lo habeis leído.La fotografía es de un buen amigo, Xavie.

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