Hastiados bajábamos de aquella cumbre infinita y ventosa.
Ese repentino huracán nos dejó ciegos y sordos de inmediato. Perdimos el contacto, cada uno de nosotros luchando, cada vez más despacio, contra la nada.
Dicen que algunos se acurrucaron, sin esperanza de que pasara, pero sin fuerza para hacer nada más.
Yo intentaba, y aún intento, cavar en la nieve, para guarecerme.
Dicen que morimos en cuestión de minutos, capaz segundos, congelados.
Yo aún no les creo.
Aún no les creo.
No.
No les creo.