Es fácil cargarlos, caben en la mano, en un bolsillo, en una bolsita puedes llevar varios. Y no son caros. Ni exóticos. Y están habibles todo el año, pase lo que pase.
Uno puede confiar en el limón, en el tomate y en el huevo. No son pedigueños. Se acomodan en cualquier hueco en el refrigerador. En fin.
El limón nos aliña ensaladas, se agrega a gotas en el té, nos da limonadas heladitas y ayuda con los resfríos. Es impagable cuando uno come mariscos o agregándolo encima del pescado frito. Lo puedes poner, como torreja, en una coca-cola con hielo y lo más importante, nos posibilita el pisco sour y el mojito.
El tomate solo, con sal, ya es bueno. Viene en la ensalada chilena, en el hot-dog, en el churrasco, en el barros-luco, el barros-jarpa y la pizza. Un sandwich prensado de queso caliente no puede ser sin tomate.
Nos regala el ketchup, la salsa boloñesa y, por supuesto, el jugo de tomate.
Además está el tomate relleno - con atún y mayonesa. Viene con con los fideos y el tomate seco (al sol) aliña unas pizzas de rechupete.
El huevo nos quita el hambre de varias maneras: fritos, de a dos, cocido para los paseos, revuelto en el sartén, con queso y tomate. El huevo nos da la omelette y es imprescindible al hacer queques y tortas.
Va, cortadito, en la omnipresente empanada y hasta se puede agregar en la sopa de pollo.
Puede hacerse también 'a la copa', que es un huevo a medio camino, entre crudo y cocido. Rocky se tomaba seis en la mañanita, antes de correr.
Más encima, se pueden hacer guerras de tomates y huevos, y tirárselos a un cantante malo o a un político más mentiroso que los demás.
Declaro publicamente mi admiración por el limón, el tomate y el huevo, grandes amigos de la Humanidad.