Director: Yasuharu Hashebe
1970
Japón
74 min.
Fotografía: Muneo Ueda
Música: Kunihiko Suzuki
Guión: Shuichi Nagahara
Reparto: Meiko Kaji, Akiko Wada, Tatsuya Fuji, Ken Sanders, Hanako Tokachi
Voy a prorrogar mi tourné por Japón por una temporada más -recomendable para el viaje Outlaw Masters of Japanese Film de Chris D., insuficiente pero apreciable volumen dedicado al cine popular japonés y a sus personalidades rico en entrevistas e información pero un tanto corto en profundización y valoración, en cualquier caso disponible en pdf si alguién tienen interés-, apenas un salto de década, para cumplir con la promesa de dejar corretear un poco a las fogosas chicas pandilleras que rugieron en el cine nipón de los 70. Movimiento simultáneamente feroz y naïve del que este Stray Cat Rock: Female Boss es (y si no que alguien me corrija) entrada inaugural cortesía de la Nikkatsu (otra vez), productora que la empleó a fondo del 70 al 71 facturando nada menos que ¡cinco capítulos! En lucha con esta otro par de sagas co-fundacionales a las que, en puridad, correspondería el nombre sukeban (ya que son las que utilizan literalmente el término), lanzadas solo un año después como respuesta inmediata de la Toei a la urgencia del fenómeno:
El origen de este movimiento (nacido casi paralelamente en el manga) sería por una parte (y lanzó esta teoría) exógeno: los filmes de jovenes rebeldes que el cine norteamericano realizó durante los 50 dentro de unos parámetros de puro drive-in y de los que estos pueden verse como una evidente aclimatación tanto conceptual como estética. Y por otra endógeno: los yakuza-eiga rodados por la Sintoho entre 1957 y 1961, proponiendo como novedad el protagonismo femenino en una doble tipología: la tahúr y la heredera forzosa del mando de una banda. Una serie de cintas que contaba con el protagonismo de actrices como Kinoko Obata o Yoko Mihara (reciclada luego en villnas) y directores como el pionero Kyotaro Nakimi o Teruo Ishii, nombre este fundamental en la historia del cinema bis japonés. Tras la quiebra de Sintoho, será la Nikkatsu quien, en 1965, recupere la idea (total y genuinamente de ficción, como bien apuntan los hermanos Aguilar en Yakuza Cinema. Crisantemos y Dragones, contrariamente a sus análogos masculinos que partían de un imaginario histórico) en Taba no mesuneko de Hiroshi Noguchi y la morbosa Yumiko Noguwa, la Daiei aporta a otra stralette:la afilada Kyoko Enami, en The Woman gambler una serie de 16 entregas nacida en el 67, aunque la forma definitiva
Más allá de que este estilo fuera nuevamente ampliado en los 70 con el estrellato de dos actrices tan admirables como contrapuestas como Reiko Ike y, nuevamente, Meiko Kaji, especialmente con la dupla Lady Snowblood, adaptación de un popular manga de Kazuo Koike e Kazuo Kamimura, cabe tomar estas hiperaceleradas franquicias como actualizaciones de esos otras cintas que se desarrollan sistemáticamente en un pasado romántico y estilizado, entre el folletín violento y el tebeo. Así la Nikkatsu decidió tomar ese personaje de la forajida, colocarlo en el presente, reformularlo con uno ojo puesto en los USA y convertirlo en icono juvenil que representara la rebeldía, el individualismo (siempre desde una óptica japonesa) o una noción de la sororidad y en
En principio Stray Cat Rock fue concebido como un vehículo de lanzamiento para la estupenda cantante soul Akiko Wada (que se arranca a cantar justo antes de la pelea decisiva en una escena por completo irreal y muy típica del cine popular nipón de los 60), con su chocante aire masculino y su voz grave -que dan pie para ciertas insinuaciones sáficas y a algún gag bastante bobo sobre la confusión de géneros- como motorizada cowgirl sin miedo a ningún gallito -la escena de presentación resulta impagable: nada más comenzar la película descabalga de la moto en un semáforo y toda maqueada desafía a todo un pelotón de
Lo cierto es que el film pierde fuelle a espita libre según avanza el metraje, entre otras cosas por un exceso de actuaciones de melenudos grupos de moda, hasta llegar a un final anticlimático y bien poco legendario. Aun así, la flojera momentánea queda compensada por el logradísimo clima de locura general, por ese documento sociológico/antropológico en el que se ha convertido (tomas callejeras de la cuidad bulliciosa y los clubes repletos de jóvenes airados) y por una primera parte trepidante, repletita de sadismo por la cara