La larga trenza negra del maestro cae tras laespalda erguida, sobre su amplia túnica blanca. Sostiene la espada del destinofirmemente, conteniendo y esperando a su contrincante.El maestro espera, la discípula intenta levantar unmuro de piedra ante la marea de sentimientos que la asaltan, le huye constantemente a las razones que leda el corazón.Ella también mantiene su espada en alto, mientrasambos se miran fijamente a los ojos sin dejar de girar, cuidadosa y lentamenteen el lugar.— No mereces ser mi pupila…si no puedes controlartus emociones — le susurra, sin dejar de vigilarla y sin bajar la espada queapunta hacía ella.La discípula lo mira y continúa girando, se preguntasi alguna vez llegó a saber que sueña con él.Sin previo aviso la ataca, las filosas armas segolpean continuamente, no hay pausa; el control es sobre todo el cuerpo, lasacrobacias acompañan el ruido de las armas al tocarse.Luego, otra vez se separan y vuelven a girarenfrentándose en sus lugares.— Siempre — responde el maestro, sin dejar demirarla.
Esas palabras detienen su respiración, tiene ganasde llorar, ¿de qué le sirve ser la mejordespués de él, si nunca tendrá lo que ama?— Es solo una ilusión — vuelve a hablar él, sin detenersus movimientos y acorralando sus ojos.— ¡¿Tú qué sabes?! — grita ella y vuelven aenfrentarse, entre el sonido de los metales y los golpes de pies y manos en elaire.Todo el conocimiento del mundo lo entregaría acambio de una sola caricia de sus manos, a cambio de una mirada distinta hacíaella.El maestro da por terminado el entrenamiento deldía, ambos envainan sus respectivas espadas y se saludan en una respetuosareverencia.Luego, ella se da media vuelta y se aleja sinmirarlo mientras una lágrima escapa de sus ojos negros.Detrás, la mirada quetanto anhela su alma de mujer queda prendida como caricia a su espalda, cuandoel maestro la ve alejarse.