El medallon del Mago Capitulo 01 de Astrid Mendez
Publicado el 21 febrero 2013 por Hanozos8Capitulo 1
Nuevo León, México, 14 de junio del 2011
Cinco años después.
Elisa Hamilton despertó dando un bostezo mientras intentaba encontrar el botón de apagado del
despertador. Su madre, Begonia Hamilton, una mujer que mostraba un rostro delgado y alegre y
un cabello castaño, sonreía mientas entraba en la habitación. Su madre se deslizó en el borde de
la cama y le pidió a su hija que cerrara los ojos. La mujer contó hasta tres y Elisa abrió los ojos.
Un paquete envuelto con papel de regalo, y con una tarjeta que llevaba su nombre, apareció ante
ella.
— ¡Oh, mamá! ¡Gracias! — dijo Elisa, abrazando a Begonia.
Su madre palmeó su espalda sonriendo alegremente.
— ¿Por qué no lo abres? — le preguntó.
Elisa asintió, rompió la envoltura y abrió el paquete. Dentro de el, había una cajita diminuta, la
tomó y levantó la tapa. Una cadena dorada de aspecto fino y elegante con un topacio colgando
de ella se encontraba en el interior. Ella miró a su madre y la besó en la mejilla.
—Es hermoso — dijo Elisa.
—Lo sé — repuso ella—. Sabía que te iba a gustar.
Elisa abrazó a su madre unas cuantas veces más. Desde luego, el regalo que le había dado
Begonia le pareció un hermoso detalle. No muchas veces Elisa recibía regalos como aquellos.
Ya que costaban muy caros y eran muy delicados para traerlos colgados. Su madre se levantó de
la cama y le dijo a su hija mientas besaba su frente “nos vemos en la cocina”. Ella se dirigió a la
puerta y la cerró tras de sí. Elisa devolvió la cadena en la cajita y la dejó sobre la mesita de
noche. Se incorporó apresuradamente en dirección al baño y cerró la puerta. Al salir, secó su
melena larga y se puso el uniforme de la escuela, que era una blusa blanca con mangas largas y
botones ajustados, una falda azul y calcetas blancas que le llegaban hasta las rodillas.
Cuando estuvo completamente vestida salió de la habitación, bajó las escaleras y entró en la
cocina. Tomó una manzana verde del canasto de frutas y le dio un gran mordisco. Su madre oyó
el crujido de la manzana contra sus dientes y se volvió de inmediato, entregándole un plato de
huevos revueltos con tocino y un vaso de jugo de naranja. Elisa los cogió y fue a desayunar en
el comedor.
Begonia puso un plato sobre la mesa y se sentó junta a ella. Elisa sonrió a su madre e
inmediatamente se acordó de su Tía Clara porque las dos se parecían mucho y tenían un
hermoso rostro. Cuando sonreían sus rostros se iluminaban no solo porque eran gemelas se
parecían, sino porque ambas sonreían como dos angelitos inocentes. Mi sonrisa será así cuando
crezca, se preguntó para sus adentros. Elisa llevó un pedazo de tocino a la boca mientras los
ojos azules de su madre pestañeaban, recordando algo.
—Elisa, ¿Cuándo es el último día de clases? — preguntó su madre, bebiendo un vaso de jugo de
naranja.
Elisa levantó la vista.
—No sé, mamá. No nos han dicho nada — respondió ella, mordiendo otro trozo de tocino.
Su madre se bebió el vaso completo. Miró por la ventana y vio que estaba amaneciendo y alzó
la muñeca para mirar su reloj de mano.
—No falta mucho para que sean las seis y media — murmuró ella—. Christian, debe estar por
llegar.
Inmediatamente Elisa se incorporó y subió las escaleras de caoba hasta llegar a su habitación.
Luego, regresó con una bolsa de mano y se volvió a sentar.
— ¿No vas a usar tu regalo de cumpleaños? — preguntó Begonia al poco rato.
Elisa de inmediato sacó de su bolsa la cadena dorada, lo colocó alrededor de su cuello y dejó
que su madre le digiera como se veía.
—Hace juego con tu ropa — señalo ella.
Elisa esbozó una sonrisa complaciente.
Al poco rato de haber desayunado se escuchó el claxon de un coche y la joven saltó de su
asiento. Se levantó, le dio un beso a su madre y la abrazó por segunda ocasión. Salió de la casa
y se metió al coche de su mejor amigo.
—Hola — saludó él.
—Hey — saludó ella.
Christian, que era mayor que ella, lucía un rostro frágil y fibroso, con cabello negro y unos ojos
cafés que de inmediato quedaron hipnotizados por el colgante. Elisa percibió su mirada.
—Me lo regalo mi madre — le comentó.
—Hace juego con tu ropa — dijo él.
—Si mi madre me dijo hace un rato lo mismo — dijo Elisa, recordando el comentario de su
madre.
Christian metió su mano en uno de sus bolsillos del pantalón y sacó una cajita blanca y la tendió
hacia Elisa.
— ¡Feliz cumpleaños, dieciséis! — exclamó.
Elisa alegre la tomo y abrió la tapa. Un reloj de mano de color rosado, apareció ante sus ojos.
Emocionada lo probó en su muñeca y alzó la mano para que Christian lo contemplara.
— ¿Por casualidad mi madre y tú se pusieron de acuerdo para comprarme estas cosas? — quiso
saber Elisa.
Christian curvó los labios en una sonrisa maliciosa encendiendo el motor.
—Ni idea — contestó Christian distraídamente mientras el auto doblaba la esquina.
Elisa le dio un empujón en el hombro derecho como buenos amigos.
— ¡Auch! — dijo él y ambos se rieron a carcajadas.