El mejor espectáculo del mundo

Desde que estás en la plaza de la Cruz Verde, se palpa que estás llegando a un barrio donde puede pasar cualquier cosa en cualquier momento, entrando, ya sea por los callejones de Cardoso o bien por Maria Arteaga, donde se vé, a gente con sus canastas pregonando las caballas, las zapatillas, las herreras o cualquier otro tipo de pescado recién cogido de La Caleta,  otros con sus erizos (en su época), o a "La Petroleo o a la Salvaora" con sus numeritos "clandi", buscándose la vida, o las vecinas presumiendo en voz alta, de haberse comprado alguna que otra cosa, o dando una explicación interminable de algo que no tiene ninguna importancia, o contándote sus penurias de una manera tan graciosa que no te queda más remedio que reírte, y no porque  tenga gracia la cosa, sino porque no se puede aguantar el "age" que tienen. En este barrio, conviven las numerosas peñas carnavalescas con  las devociones religiosas, y es que la gran mayoría de la gente están en los dos lados, o sea, que no dan abasto, y de vez en cuando se escucha tambores, y de pronto una procesión, en verano, con una calor del carajo, gente "enchaquetá", sudando como descosidos y la gente en la calle diciendo ¿Y ese santo, quién carajo es, joé?" P'o yo no lo conozco". También hay sitios afamados por allí, como la taberna Casa Manteca, donde se degusta un jamoncito y un queso riquísimo aderezados con las historias que allí se cuentan, otro sitio de caché, es el Restaurante El Faro, donde la gente de "parné", se dejan los cuartos allí, pero en cualquier bar de la zona, se puede tomar uno una copita acompañado de tortillitas de camarones, de morena en adobo o de alguna "fritá" de mojarritas, que están "p'a matarse", y si tienes la suerte de dar con alguna reunión donde se le escucha cantar a David Palomar, un cantaor sandunguero donde los haya, que esté echando el ratito, pues ya cortas oreja y rabo. A todo ello, también se encuentra el antiguo hospital de Mora, hoy  Facultad de Ciencias Sociales y Económicas, donde la gente de más de cuarenta años, nacieron en él, con su famosísimo y enorme ficus, donde bajo su sombra mucha veces se encuentra la muy querida Uchi, con su mochila a cuestas. Pero lo que no se pueden perder, es a esos caleteros jubilados, con su camisa desabrochada hasta el último botón, con su piel tostada por el sol, su cadena de oro, su bañador y su sillita plegable, con los hierros con una cuarta de moho, acompañado de su señora con su bambito, sus babuchitas y su silla, yendo muy diligentes para la playa, aunque solo sea las diez de la mañana. Y el colofón a este entrañable barrio, es esa preciosidad de playa que es La Caleta, que parece sacada de un cuento, a la que numerosos autores de carnaval les han cantado, donde cada piedra que se asoma en bajamar, hasta tiene su nombre propio y con una puesta de sol, donde parece que custodia su descanso  los castillos de Santa Catalina y San Sebastián, una hermosura que nadie se debe de perder.                           Y eso es todo por hoy, gracias por seguir ahí, mucha salud y mucha suerte.