He pensado que el amor por los hijos no está en lo importante. En realidad, hay tantas formas de amar como personas y tantos amores como relaciones, así que no pretendo decir que algo sí es amor y otra cosa no, solo comparto lo que he pensado sobre mi experiencia.
Pienso que el amor es un hacer el bien comprometido y humanamente incondicional. Creo que mi generación creció despreciando las relaciones por compromiso, pero yo las valoro. Había un buen amor en esas parejas de antes con un montón de años de casados, juntos ya sin sentir amor, pero haciéndose el bien. No hablo de continuar juntos después del enamoramiento, sino de continuar juntos después del sentimiento de amor.
Creo que con los hijos también pueden distinguirse el sentimiento de amor y este otro amor más relacionado con el compromiso que con la querencia; incluso son tres: también está la sensación amorosa, que puede ilustrarse con el vínculo de la madre y el recién nacido: una marea de hormonas y neurotransmisores al servicio del cuidado de la cría (al servicio de la vida), llenando a la mamá de amor animal. Yo viví mucho eso al amamantar.
Por su parte, el sentimiento de amor sería el del gusto por contemplar a nuestros hijos, el de la atracción por sus manitas o sus pies o el del ánimo por pintar las paredes de su habitación. Y del lado del compromiso, la situación más extrema sería la de la mujer que no quiere ser mamá, pero asume con responsabilidad que tiene un hijo: le cuida, le trata con decencia y se dispone a comportarse como si le quisiera porque la criatura necesita que le quieran. Eso, que puede ser frío o cruel, tal vez es el amor más grande de entre los amores que menciono.
Bueno: pues yo amo a mi hija y lo que más asocio con el amor que le tengo es trabajar para darle lo que necesita. Que me salga bien, mal o regular es aparte. El caso es que tengo una foto suya, ampliada, en el estudio, para verla cuando estoy cansada y hay que seguir trabajando. Sin embargo, no hay gracia en eso. Es lo que corresponde. Los papás debemos hacer todo lo que podamos para proveer. Si yo no quisiera a B, de todos modos lo haría. Si tengo junto a mí a un niño hambriento, hago lo posible por alimentarle; con mayor razón si la hambrienta es mi hija, a quien sé que debo alimentar. Así que si pasé literalmente años sin dormir una noche entera porque había que atender a la bebé, estaba haciendo lo que debía. Que amara hacerlo es una suerte. Yo con mis prácticas y otras mamás con las suyas, pero todas las que maternamos estamos cumpliendo.
Seguro hay amor en cumplir, pero creo que encontré el mero-mero amor en lo que no es necesario, en donde no hay deber ser. Una vez leí en Facebook un texto sentimentaloide que decía, que al convertirnos en mamás descubrimos que nuestra mamá sí quería esa última rebanada de pastel. Y está ese comercial de donitas Bimbo en el que se ve a un niño crecer, convertirse en adolescente y llegar a adulto sin compartir sus donitas ni con la novia... hasta que tiene un hijo. En casa, si por alguna razón no podemos tener todos la misma comida, la de B será la mejor; si no "me naciera" que fuera así, de todas maneras sería así porque es lo que creo correcto. Normalmente, sin embargo, de lo que se trata es de que ha descubierto mi chocolate y quiere un pedacito. Y aunque ella tuvo su postre y yo haya esperado días por ese chocolate, le doy. Ahí está el mero-mero amor.
Silvia Parque