Le pregunté cuándo el cielo se hizo uno para él. Veíamos antes dos cielos diferentes, pero algo cambió y yo no recordaba el momento exacto en que vimos el mismo. Soy un desastre para recordar fechas y él, un calendario. Menuda pareja...
Y así, mientras contemplaba a mi lado el nublado cielo parisino, rememoró el instante.
-Fue el día en que observé la luna por primera vez, del mismo modo en que memoricé cada uno de los lunares de tu cara. Nunca había la había observado hasta que tú hiciste que la viera con tus ojos. Para mí, solo era la luna, nada más. Ni mía ni de nadie, solo algo redondo y brillante que estaba ahí, en el cielo. Esa noche la vi en tus ojos, luego en tu boca, y después en tu pelo. Y, finalmente, la descubrí en cada pliegue de tu piel. Y así, de pronto, además de la luna, me mostraste el cielo. Desde ese día ya no lo veo igual. Supongo que, en ocasiones, lo único que nos falta es que alguien nos enseñe su cielo ideal y nos regale un trozo.