Ese año ganó Juan Millás con su novela “El mundo” presentada bajo seudónimo de ”Gio y las palmeras”. Segundo finalista quedó Boris Izaguirre con “Villa Diamante” y cuyo seudónimo ni lo sé, ni me interesa.
Tampoco tengo interés en saber quiénes eran los otros siete autores, y digo siete porque del décimo sí he descubierto el misterio de su gran secreto. A saber, dicen que es un tipo con bigote, fumador y portador de sombrero, y que ya estaba tan acostumbrado a llegar a la final en este tipo de eventos que ni siquiera se sorprendió cuando no lo invitaron a la cena de gala que se celebró en Barcelona el 15 de octubre en el Palau de Congressos de Catalunya. Supongo que no le haría demasiada gracia haber sido ignorado así, la verdad, pero ese mismo año ya había sido finalista de otro premio de los grandes, el Premio Planeta-Casas de América, así que ni se inmutó cuando vio el ganador por la televisión y el finalista por una nota del circo.
El tipo del sombrero del que estoy hablando ni siquiera tiene página en Wikipedia, a pesar de que su palmarés literario es de caída de mandíbula:
1985, Precio Club de Escritores Onubenses, por “Cirea”1989, Premio José María Morón de la Cuenca Minera, por “El coleccionista”1991, Premio Internacional Pablo Neruda, por “Poemas Atlánticos”1995, Premio Ciudad de Petrer (Alicante), por “Libro de Isabeel”2004, Premio Literario Kutxa Ciudad de Irún, por “El caracol de Byron”2005, Premio Novela Onuba, por “El niño que quiso llamarse Paul Newman”2007, finalista del Premio Planeta-Casas de América, por “El judío aberrante”2007, finalista del premio Planeta, por “El cráneo de Balboa”2015, finalista del Concurso Literario de autores independientes Amazon, por “La novelista fingida”Y esto por nombrar solo las obras premiadas, porque su nómina aún es bastante mayor.
Quizá algunos penséis que hablo del escritor onubense Rafael Rodríguez, o como él prefiere que lo conozcamos, Rafael R. Costa, pero estaríais muy equivocados porque como decía al principio del artículo, he descubierto el gran secreto de este autor, y que no es otro que Rafael es en realidad el seudónimo de una gran escritora.
Hace días que me pregunto cómo una novelista de la talla de la que se esconde bajo el seudónimo y los bigotes de Rafael puede ser tan buena y no ser el abanderado, o la abanderada, de una gran editorial, ¿qué mecanismos son los que activan el éxito y la fama? Me pregunto cómo es posible que escritores con mucho menos bagaje ocupen incluso las sillas de la Real Academia de la Lengua, y personajes con el currículum de premios que he comentado ni siquiera tengan un contrato editorial digno. Pues no lo sé, la verdad… Parece ser que bajo los bigotes de la escritora se esconden algunas malas pulgas que de tanto en tanto muerden, también es posible que bajo esos mismos bigotes literarios no se esconda una lengua de terciopelo capaz de lustrar los más altos zapatos, ni lamer según que hortalizas, pero como yo no creo en las grandes conspiraciones mundiales, me inclino más a pensar que quizá en los momentos claves de su vida literaria, por equis motivos, no ha sabido, no ha podido, o no ha querido meter la patita para que no se le cerrara la puerta ante los morros.
Pero estad tranquilos, pues sé que en realidad los que habéis llegado hasta estas alturas del artículo no lo habéis hecho para leer mis diatribas sobre el éxito y la justicia poético-literaria, sino que estáis esperando que aclare quien se esconde realmente tras el puro, las gafas de sol, el sombrero y las chaquetas con las que siempre se presenta el seudónimo de Rafael R. Costa. No sufráis, os lo diré enseguida, si bien apenas con que os hayáis acercado a su obra más reciente coincidiréis plenamente conmigo en la revelación que voy a hacer, así como estoy convencido de que también coincidiréis en que la potencia de la obra de esta autora con seudónimo masculino es extraordinaria y que su futuro, bien sea con su nombre verdadero u otro, es altamente prometedor tan pronto como desactive el botón de invisibilidad con que el doctor Q. la equipó de serie.
Así que, y tras haber agotado toda la palabrería previa al acto, la autora real, con carnet de identidad y partida de nacimiento en Huelva, que se esconde tras el seudónimo de Rafael R. Costa no es otra que Alice Bruma Costa, más conocida como Alicia la Bigotes entre sus amigas de instituto cuando emborronaba libretas con poemas de adolescente y soñaba con llegar a ser una gran escritora merecedora del Planeta.