El molino fecundó la tierra,
le sirvió en sueños los secretos de la vida,
cada mañana silbaba canciones
de viento, valentía y generosidad.
Los días se hacían cadencia entre las aspas
que siempre volvían al sol de su rostro
inspeccionando el milagro.
Pasaban lentos los silencios
que los árboles respetaban,
que se hacían agua en tu oído deseoso de secretos.
Silencios que eran de un celeste abierto entre horizontes,
espesos y seguros de si mismos,
silencios de procesión.
Secretos.
La confesión que daba el molino, le quemaba en la piel,
en los muslos, en la lozanía de los pechos nuevos,
el chirriar de los hierros sacudidos por el viento,
se parecía al ruido de las cadenas
que ataban su deseo.
Esa tarde el tanque le hizo el amor por última vez,
se fue hundiendo, el molino traspiraba al mismo tiempo
alivio, pesar y resignación,
su cuerpo desnudo fue haciéndose vida en el agua
y muerte en la amarga tarde que la bebía.