Revista Literatura

El monedero

Publicado el 11 noviembre 2010 por Kar

Ahí va otro relato... me temo que igual va a uno por semana, avisados estáis:
Abrió como cada día y como cada día puso el disco de Miles Davis que le gustaba escuchar a primera hora, cuando la tienda estaba desierta. Le gustaba la sensación de ser el único tendero del barrio que hacía sonar a Miles Davis en su establecimiento. Absorto en sus pensamientos iba atendiendo a la clientela que, poco a poco, iba pasando. Era un trabajo monótono pero que no requería de mucha atención. Y absorto como estaba, no se dio cuenta de que alguien, alguna mujer, se había dejado el monedero en el mostrador. Confiado en que volvería, generalmente las señoras se lo dejan y se dan cuenta en seguida, y llegan corriendo apuradas preguntando por él, no le dio mucha importancia. Sin embargo, pasaron las horas, y al llegar de comer, se acordó de aquél monedero de mujer que había guardado en el cajón y que nadie había reclamado todavía.
En uno de los momentos tediosos del colmado, desértico justo tras la hora de la comida, decidió abrir el monedero, pesar de que se avergonzaba un poco de esa actitud cotilla e infantil. Cogió el DNI, Alicia Borreguero Sanz, que vivía en la calle de detrás y tenía treinta y cuatro años. Pelo largo moreno con un flequillo que le caía lateralmente, mirada perdida, aunque estas fotos digitalizadas de los carnets no hacían justicia. Unas tarjetas bancarias, un carnet de la biblioteca que le agradó encontrar, apenas ventipocos euros y una nota de papel donde ponía, escrita a mano, una dirección de un sitio web, y la inscripción:
U: azahara
P: 26051976
Claramente se trataba de un usuario y una clave de acceso a ese sitio web, y en un aire de superioridad pensó que quien era tan imbécil de llevar su acceso a un sitio web escrito en un papel, aunque en seguida se sintió mal por haber pensado una vez más de esa manera, subestimando a las personas. El día acabó y la tal Alicia no había pasado a buscar el monedero. Al cerrar se lo llevó a casa, por lo que pudiera ocurrir.
Esa noche la curiosidad le venció, y accedió a la página web indicada en el papel. Efectivamente se trataba de un sitio web con acceso restringido, y exigía que el usuario verificara su mayoría de edad. No sin alguna duda, accedió con el usuario y password anotados, y su sorpresa fue mayúscula cuando se abría ante él un perfil de la tal Alicia/Azahara en el que decía declararse bisexual y enamorada de la lencería. Había una pestaña de fotos. Rápidamente hizo doble clic, y se abrieron ante él una docena de imágenes en los que se veía a la misma chica de la foto del DNI en plena orgía. Y aunque había visto porno de todas las clases y maneras, por cortesía de Internet, el hecho de toparse con una persona real, con una vecina de su barrio, con una de sus clientas, participando en esa clase de cosas, le pareció casi irreal.
Investigando un poco la página web en cuestión, llegó a la conclusión de que se trataba de un foro de personas que se reunían para practicar sexo entre ellos, en cualquier modalidad imaginable, y luego compartían fotos de sus sesiones. Una vez más, la sorpresa no era que hubiera esa clase de material en Internet, sino que las personas que protagonizaban esas escenas no eran actores y actrices profesionales del Este de Europa o de California, sino que eran individuos normales y corrientes que tenían sus trabajos y compraban en los colmados del barrio.
Al día siguiente abrió el colmado, y ni Miles Davis le quitó del pensamiento aquellas fotos de Alicia/Azahara, mientras guardaba el monedero en el cajón bajo la caja registradora, y esperaba que ella apareciera para reclamarlo. Pasaron, sin embargo, todas las horas de la jornada, y la legítima dueña no pasó por ahí. Esa noche volvió a revisar el perfil de Azahara en la web, y observó que alguien le había dejado un mensaje. Un tal Rocco72 le escribía “Pasado mañana estaremos en la cafetería del Hotel Princess a las cinco”. El primer pensamiento que le vino a la cabeza fue que las cinco no le parecía una buena hora para una orgía, fueran las cinco de la tarde o las cinco de la madrugada. Pero, reconoció, qué sabía él de cuándo era o no una buena hora para participar en una orgía, precisamente él que su última noche de gloria había sido hacía demasiados meses, y al final, de gloria, más bien poco. Por lo menos el día de la cita de Azahara con Rocco72 (y los que acudieran) era un sábado, día que como reza el refranero popular, se presta a esta clase de encuentros.
El viernes estuvo intranquilo, una vez más con el monedero en el cajón. Escrutaba cada mujer joven que entraba en el colmado, tratando de adivinar si era Alicia/Azahara. Al fin y al cabo, en la fotografía del DNI la imagen era pobre, y en las fotos de su perfil tampoco había un primer plano de su cara. Podría ser cualquiera. Pero unas por demasiado mayores, otras por demasiado gordas, otras porque claramente no eran, se fijaba en cada clienta que entraba y ninguna le pareció que fuese la susodicha. Pensó que probablemente se imaginaría que él abriría el monedero, vería la nota con el nombre de usuario y contraseña, y curiosearía por sus fotos. Y cuando el tendero de tu barrio te ha pillado desnuda con tres hombres en un sofá, lo último que querrás será reclamarle el monedero.
Aquella noche no había ninguna anotación nueva en el perfil de esa Azahara que se había instalado en su cabeza durante toda la semana. Así que decidió personarse el sábado en la cafetería del Hotel Princess, aún sin saber exactamente por qué, ni qué iba a hacer si la veía allí.
El sábado, algo tenso, tomó el metro (había concluido que entre las cinco de la tarde y las cinco de la mañana, definitivamente las cinco de la tarde era una hora más razonable para una orgía) y se plantó, más rápidamente de lo que había previsto, frente al Hotel Princess. Resolvió no entrar en la cafetería, ya que ésta tenía unas cristaleras que le permitían, desde la calle, ver el interior. No divisó a nadie que pudiera recordarle a las fotografías de esa web. Había una mesa con dos hombres tomando un café y una pareja entrada en años en otra. Nadie más. Un poco más tarde, entró una chica a la cafetería, y se dirigió, sonriente, a la mesa donde estaban los dos hombres tomando café. Llevaba el pelo moreno recogido en una sencilla cola, y vestía unos tejanos con unas botas altas por encima del pantalón, y un jersey de lana. Parecía tener una figura bonita pero no resultaba una chica especialmente vistosa. Repartió dos besos a cada uno de los chicos y se pidió una infusión. Luego se pusieron a charlar animadamente.
Y mirando tras el cristal, él se sintió algo decepcionado. En su imaginación, aparecería una mujer con un vestido muy corto y un escote muy pronunciado, y pediría a sus acompañantes que le trajeran una botella de champán. Pero claro, en su imaginación, esa mujer no era una vecina de su barrio, clienta de su colmado. Entró al hotel y dejó el monedero a la persona de recepción, asegurando que era de uno de sus huéspedes, no sin antes haber sacado la nota con el usuario y la contraseña, y haberla tirado a la basura. Al final, pensó, nadie tiene derecho a espiar lo que haga Azahara.
Canciones:Redd Kross: "Jimmy's Fantasy"Slash: "Beautiful Dangerous"The Hellacopters: "You're too good (to me, baby)"
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