Nacemos boca abajo. Muchos vamos de cráneo. Y, además, en pocos años todos calvos. ¡Valiente porvenir nos espera! Parece como si el mundo estuviese patas arriba y no nos hubiésemos dado cuenta. Pensamos que es algo circunstancial; pero no, ese hecho es determinante de nuestras vidas. A partir de ese momento fatídico, todo sucede al revés. Sólo falta echar un vistazo a la prensa. Madres que asesinan a sus hijos; jueces que comulgan con delincuentes; políticos que patean como asnos sobre sus contrincantes para complacer a sus cuadrillas; médicos que mejoran la estética de sus pacientes con vistas al sudario; religiosos que defienden su promiscuidad homosexual; marujas que se venden como periodistas; programas televisivos de éxito basados en las interioridades humanas más bajas y en la basura más alta; luchas intestinas en las principales entidades financieras para salvar sus privilegios; quiebras de los derechos humanos más elementales en muchos países; bombardeos a civiles en directo por los telediarios; atentados contra extranjeros en aeropuertos u hoteles, etc. Incluso piratas digitales. Me dirán que eso ha sucedido siempre. Les doy la razón, pero en otras épocas yo no vivía, así que no me enteraba. Son estos años los que me preocupan porque pienso que hemos perdido el norte. Ya nadie controla la máquina. La máquina se ha desbocado. La máquina nos engulle por falta de criterio y de autoridad. Y a ver quién le mete mano. Yo, desde luego no. No tengo ni ganas ni vocación. Aunque tampoco quiero que me metan mano. Porque aquí hay mucha tradición. O metes o te la meten. Y no es cuestión.
Unicamente los australianos son conscientes de lo que ocurre. Ellos están acostumbrados. No sólo nacen, sino que viven boca abajo toda su vida mientras el resto del mundo les mira con envidia. Por eso, parte de su cultura se basa en andar de cabeza. La sangre siempre les hierve y van tirando de mala manera. Si no, que se lo pregunten a una amiga mía que tuvo la buena/mala fortuna de enamorarse de un australiano y vive en Melbourne. Sufre jaquecas. Ella lo achaca al clima; yo lo apunto a andar de cabeza.