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Durante mi visita a Alemania el año pasado me encontré con un museo de tinte social más que artístico, con un exterior bastante inusual, un diseño arquitectónico que la verdad, no invitaba mucho a entrar, pero ya que la visita era grupal nos decidimos a ir y debo advertirles, no es fácil describir lo que sentimos. El museo del que les hablo es el Jüdisches Museum Berlin, una mezcla de tributo, museo y álbum de recuerdos.
La arquitectura esta realizada para hacer sentir al individuo una sensación de pequeñez, de estar atrapado por un ente gigante y todopoderoso que no es nada amigable, nada es al azar. No es un museo para disfrutar, es para recordar, estremecer y reflexionar.
Uno de los cuartos más inquietantes está completamente vacío a excepción de pequeños rostros tallados rústicamente en discos metálicos, algunos sonrientes, otros tristes, la mayoría con expresiones de agonía. Caminar hasta el otro extremo de la habitación es casi imposible sin que tus ojos te delaten.
En ocasiones te encontrabas en las paredes pequeños escondites donde podías sentirte un poco más seguro, cálido y humano. Un par de almohadas, quizás un pequeño televisor era lo que te acompañaba. Finalmente y luego de esa tormenta emocional que experimentas al pasar por las exhibiciones, llegas a un área donde las paredes se adornan con recuerdos de aquellos caídos, te cuentan su historia, detalles íntimos de sus vidas antes del Holocausto. Los vuelven personas otra vez, no son solamente víctimas, nombres en una pared, sino también hermanas, madres, hijos, abuelos.
Si paseas por Berlín y te provoca ver algo un poco más autentico y quizás aterrador de la historia de la ciudad entra al Jüdisches Museum Berlin. Estoy segura que lo vas a recordar.
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