AUNQUE PUEDE LEERSE GRATUITAMENTE LA NOVELA COMPLETA A TRAVÉS DEL SIGUIENTE ENLACE, YUMPU, CASA EOLO, HUESCA, TAMBIÉN PUEDEN DOS DE MIS AYUDANTES (ROGELIO, EL CIEGO A TIEMPO PARCIAL, Y TEÓFILO MARQUÉS, EL PRESUNTO GRADUADO EN BELLAS ARTES) PROPORCIONAR EN PDF EL NARRADOR DE HISTORIAS FANTÁSTICAS A QUIENES LO SOLICITEN MEDIANTE UN SIMPLE SÍ, LO QUIERO EN COMENTARIOS O EN LA DIRECCIÓN DE CORREO ELECTRÓNICO joseangelordiz@yahoo.com (QUE ALGO SEA GRATUITO NO IMPLICA, NECESARIAMENTE, QUE SEA MALO).
-Espera que alguien...
-¿También tú, mi querido Rogelio? ¿También tú, hijo mío?
Muy pronto comprobó Sara que el benjamín de Arturo no le había mentido: el padre era poderoso en verdad, tan poderoso que su poder no se notaba al manifestarse. Algunas noches se despertaba la doncella en medio de la pesadilla donde aún era perseguida por Rex. Gemía en sueños y por eso, al despertar, siempre hallaba a Arturo ante su lecho dispuesto a tranquilizarla con la presencia y la voz. Crecieron los cabellos de Sara, su belleza morena resplandeció bajo los soles de Los Valles del Oeste, y Arturo creyó que era amor de padre adoptivo lo que sentía por ella al contemplar gráciles movimientos, al escuchar cantos juveniles. Arturo le buscaba pretendientes, y Sara los rechazaba; tampoco ella lo amaba sólo con un amor de hija adoptiva. La doncella, muchas noches, fingía las pesadillas que ya no padecía para que Arturo se acercase al lecho y la abrazase para calmarla. Los hijos de Arturo veían rejuvenecer al padre, se miraban unos a otros y sonreían al saber que la madre ya no estaba triste bajo la tierra y disfrutaba al fin del nacimiento en el mundo de Los Dioses. El apuesto Pol fue engendrado la primera noche que Arturo tomó a Sara. La doncella, esa noche, le recordó al noble caudillo que no era hija suya con un beso apasionado, y así liberó de su mente a la esposa muerta. Fue así como Sara concibió un hijo para el amor y no para el odio. Arturo recontaba los años vividos y se lamentaba de su edad ante la juventud de Sara. "Sólo puedo ofrecerte mi amor de viejo", le decía, y ella le respondía: "Amo tu vejez". Sara le anunció una mañana: "Tu vejez ha germinado en mi vientre, serás padre de nuevo". Y así fue como Arturo se desprendió de la vejez y reconoció a Sara por esposa. Las celebraciones del enlace se prolongaron durante varios días y varias noches; los hijos de Arturo y los habitantes de Los Valles del Oeste se unieron para rendir culto a un hombre poderoso en la bondad. Muchos y muchas vieron llorar a Arturo ante las muestras de afecto que recibió, pero nadie lo vio llorar mientras aguardaba el regreso de los hijos sentado en el poyo de su cabaña con la mirada fija en las rutas del norte. La mujer de Los Bosques del Este fue asistida en el parto por las cuatro esposas de los hijos de Arturo, que en Pol vieron al hijo que ellas nunca tuvieron y como a un hijo lo quisieron siempre: en las frecuentes visitas al hogar del suegro, de Sara, acomodaban en los regazos, con ternura de madres auténticas, a aquella criatura que las hechizaba con las sonrisas y con la luz de la mirada, no menos negros los ojos del infante que el pelo ondulado. Arturo, en ocasiones, tomaba al hijo por nieto, de modo que lo amaba doblemente, al igual que doblemente amaba a Sara, hija a veces, buena esposa siempre. Ignoro por qué la vida está sembrada de trampas, por qué es tan complicada en su sencillez. Ya me han echado de muchos hogares, sí, y yo le pido a este perrillo, mientras nos empapa la lluvia o el frío nos hiela los huesos, que se aleje de mí. Como no se marcha, lo acaricio, y en la caricia halla el pobre animal menos ternura que futuras calamidades, pues con el gesto niego las palabras de advertencia que le dedico. Duerme el infeliz, ya lo ven. A veces gime en sueños, y entonces yo lo despierto, como hace él conmigo cuando también sufro dormido: el perrillo me lame con su áspera lengua, y yo simplemente le toco el lomo con el cayado. Creció Pol, el hijo de Arturo el poderoso y el hijo de los hijos de Arturo, y se convirtió en un veloz jinete que cabalgaba sobre los alazanes que criaba como si hombre y animal formasen un cuerpo único al recorrer las praderas de Los Valles. Los pastores y los campesinos alzaban el brazo para corresponder al saludo del muchacho, y luego permanecían pensativos un instante con la vista posada en el joven que ya se perdía en la distancia; el jinete les recordaba a alguien olvidado en algún rincón de la memoria. Una tarde, Pol atravesó al galope el poblado del anciano que, con el rostro salpicado por el lodo al paso del alazán, confundió la época y exclamó: "Ciertamente, Telesforo hace honor al sobrenombre". Y en la memoria de todos resucitó entonces el impetuoso progenitor de Bel. Y, entonces, los padres temieron por sus hijos. Los jóvenes de Los Valles del Oeste corroboraron el temor de sus mayores cuando, agrupados y armados, fueron en busca de Pol y le hablaron de este modo: "Los Bárbaros del Norte tienen un Dios único, un Dios al que además humanizan y, por tanto, humillan". Pol reflexionó un instante tras escuchar la propuesta de que fuese él quien encabezase el ejército que corregiría el error de las gentes de los hielos. Después habló para decir: "Ningún hombre, ninguna mujer, ninguna criatura puede humillar a ningún Dios. Y creo también que ese Dios de Los Bárbaros del Norte debe de ser un buen Dios si, como me aseguráis, comparte las risas y los llantos de quienes lo adoran. Haríamos bien adoptándolo y colocándolo a la misma altura que nuestros Dioses". Los jóvenes de Los Valles regresaron a sus casas y acusaron de blasfemo al indigno hijo de Arturo el poderoso. Los padres, por el contrario, alabaron la cordura de Pol, idéntica a la de los hermanos, y alabaron igualmente al progenitor, capaz de engendrar un heredero de su doctrina pacifista en el tramo final de la existencia, cuando muchos hombres sólo viven ya para lamentar los achaques que anuncian la vejez. Pol saludó a la muchacha, sin aminorar el trote del alazán, y entonces Bel volvió el rostro hacia el jinete que pasaba. El quinto y último hijo de Arturo el poderoso, deslumbrado por los resplandores de los ojos verdes y de los cabellos dorados de la doncella, salió despedido por los aires al detener bruscamente el caballo. Las flores que Bel había recogido en las orillas de la senda del barranco de los suicidas cayeron al suelo cuando la muchacha se llevó las manos a la boca para acallar un grito. Raimon, desde la espesura, exclamó: "¡Maldición!", y contempló cómo Bel se acercaba a socorrer al padre redivivo, a Telesforo el impetuoso, de regreso en el mundo visible con la antigua apostura, con la agilidad y la misma voz de antes. A Raimon le dolió el brazo que le faltaba con ese dolor imposible, e intenso, no obstante, de las extremidades perdidas cuando Pol acercó la mano al rostro de Bel para comprobar que no estaba soñando, que aquella mujer que le sonreía era de carne y hueso, que tanta perfección en un cuerpo no era el fruto de una alucinación. Bel posó la mirada en los ojos del hombre y sintió que la caricia del jinete le traspasaba la piel y despertaba algo que hasta entonces había dormido en su interior. "¡Cómo te atreves, maldito!", exclamó de nuevo Raimon desde el puesto de vigía, y se lastimó la mano al golpear con el puño los pedruscos del suelo. Pol subió a Bel a lomos del alazán y él tomó las riendas del caballo y empezó a caminar. La doncella cumplió la cita con la madre muerta, Pol disfrutó al fin de las delicias de un paseo y Raimon, cuando al fin salió de la espesura, se adelantó al futuro lamentándose en voz baja: "Maldito seas, Telesforo. Me arrebataste el amor de Telma y ahora, después de muerto, apareces entre los vivos, más joven y apuesto que nunca, para impedirme gozar del amor de tu hija". Hasta el anochecer no se presentaron Bel y Pol ante la cabaña de Raimon, que camufló el rencor con la preocupación del padre que teme por la hija ausente. Bel aceptó los brazos de Pol para bajarse del alazán y luego se acercó a Raimon aún con la frente sudorosa y los cabellos despeinados por el viento, con los ojos más verdes que nunca. Los campesinos y los pastores de Los Valles del Oeste no tendrían una diosa visible a la que adorar: Bel había descubierto que prefería ser una mujer, sentir y oler como la mujer que era. Esa noche apareció Telma en el sueño tardío y quebradizo de Raimon y le habló así: "Cálmate y descansa tranquilo, has cumplido mi encomienda. Has gozado con la belleza de mi hija, disfruta ahora con su felicidad. Eres un hombre bueno, Raimon, y debes defender tu bondad. Ama a Pol, como amas a mi hija, y en ese amor hallarás tu fortuna". Pol tomó a Bel, y Bel tomó a Pol, durante un día y una noche de un verano nacido en pleno invierno para ellos. Sopló el viento cálido del sur durante todo ese día y durante toda esa noche, y el sol, la luna y las estrellas del estío alumbraron el cielo invernal para que la unión de sus cuerpos fundiera sus almas en un solo espíritu.