Revista Literatura

El narrador de historias fantásticas (2)

Publicado el 27 mayo 2016 por José Ángel Ordiz @jaordiz
Remedes se citó con la vida un día tormentoso de invierno en una humilde aldea de pescadores lamida por las aguas saladas. Doria, la madre, acomodada en el suelo de su cabaña sobre hojas secas, lo parió ante la expectante mirada de Valior, quien guardaba silencio con el ceño contraído por la ofuscación del padre que no comprende por qué su gozo debe soportar la prueba del sufrimiento de la esposa. Una centella rasgó el cielo oscurecido al salir el hijo de la madre, y un trueno sordo y prolongado se confundió con el llanto de Remedes. Su hermano Filipo, entre los brazos de Valior, comenzó a gritar de pronto, temeroso de la tempestad o acaso al descubrir en él, en las facciones sanguinolentas del recién nacido, los rasgos futuros del ser que lo había de matar. Doria dormía a los retoños con el susurro de su voz melodiosa, les narraba cuentos fantásticos, y luego le ofrecía los pechos desnudos a Valior, que besaba los pezones de la mujer con una mezcla exacta de ternura y ansiedad. Pocos distinguían al joven Filipo del joven Remedes, ambos morenos como el padre, ni altos ni bajos, ambos con los cabellos rizados y la nariz aguileña. Doria, sin embargo, sólo necesitaba mirarlos a los ojos, negros como los suyos, para saber quién era uno u otro: Filipo le sostenía la mirada, le sonreía al mirarla, y en cambio Remedes agachaba la vista ante ella como si ya se sintiera culpable de los desmanes que cometería... EL NARRADOR DE HISTORIAS FANTÁSTICAS (2)

¿Por qué hay saltos bruscos en el tiempo, me preguntas? ¿Me preguntas por qué no hay puntos y aparte? ¿Por qué me lo preguntas a mí? Pregúntaselo al narrador, así me lo contó él y así te lo cuento yo.

...Filipo contemplaba el horizonte marino, tendidas las redes, y atemperaba la voluntad del hermano cuando Remedes le proponía abandonar la pesca, desplegar las velas y averiguar qué había en la distancia. Filipo poseía en la calma una templanza similar a la que Remedes demostraba en la tormenta, cuando las aguas se enfurecían por el soplar repentino del viento. Remedes sostenía firme el timón en la tempestad, Filipo apenas lo acariciaba en la niebla, y Valior contaba los peces ante Doria y luego dividía casi la totalidad de su propia pesca en dos partes iguales y las añadía al pescado correspondiente a los hijos, quienes deberían formar un hogar cuanto antes para enfrentarse al porvenir con la ayuda de una esposa, el mejor lenitivo para los estragos de humedades y salitres. Filipo descuidó la guardia, no vigiló de reojo al hermano aquella mañana sofocante en el caladero, adormecido por el embrujo de las aguas, encalmadas como las de un lago, y por eso no vio a Remedes con una red en las manos y una mirada fratricida en los ojos. Trató de defenderse del destino que acaso ya conocía desde pequeño, pero sus movimientos lo enredaron aún más en la tela de araña que le lanzó el hermano antes de arrojarlo por la borda y dirigirse hacia la costa ensayando los pormenores de la mentira que transformaría el asesinato en accidente; una mentira que le permitiría ser el único propietario de La dulce Doria, el único dueño de los peces que contase el padre; una mentira de la que se valdría para ocupar el lugar de Filipo en el corazón de Petria, la muchacha de largos cabellos castaños y ojos felinos que olía a mujer cuando el pretendiente le recitaba poemas de amor.

-Llega a casa, lloran mucho sus padres por el hijo perdido, Petria no olvida a Filipo y lo rechaza a él, él abusa de ella, el padre y los hermanos de Petria lo castran, y él, cuando se recupera, prende fuego a la barca, a La Dulce Doria, se larga de la aldea y pronto, muy pronto, se encuentra con un escorpión.

-¿Con un qué?

-Con un escorpión racional que caza alacranes irracionales.


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