A veces pienso que llevo
dentro de mí,
encerrado,
o entre los pliegues de mis arrugas,
o en lo escondido del recuerdo,
o en algún espejo viejo con buena memoria,
aquel niño que fui
y no sé cuándo dejé de serlo.
No hay un ayer o un hoy
que digan cuándo creció,
qué hizo con el cuerpo pequeño,
o cuándo jugó por última vez.
Hay recuerdos sin clasificar,
ni en una carpeta ni en otra.
Y hay un niño con un pie ya joven
o un joven que no deja del todo de ser niño.
Vive aún en mí un niño que se asusta,
que no entiende la vida,
anda con traspiés y a deshoras,
y no sabe
y se equivoca.
Estas tantas dudas que acumulo
le corresponden a él,
pero yo aún sigo andando
con sus pies pequeños.
Añoro su falta de responsabilidades,
la inocencia sin recovecos,
los días largos y plenos
y la mente sin preocupaciones.
Dejé,
y bien lo siento,
que sus cosas buenas se diluyeran,
que se mustiaran las sonrisas,
que su mirada se convirtiera en piedra
y que su ilusión se desilusionara.
A veces,
demasiadas veces tal vez,
pienso que llevo en mi interior
un niño triste y asustado
a quien le queda grande la vida
y es tan pequeño
y sigue tan asustado
que no es capaz
de andar con sus propios zapatos.
Francisco de Sales
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