La visita el domingo pasado al Concurso internacional de rosas del parque Cervantes me abrió un nuevo mundo: el de los nombres de las rosas. Cientos de ellos, personales, culturales, emocionales, románticos… me hicieron desear que un día, un cultivador de rosas me dedicara una nueva variedad, uf, me llegaría hasta las entrañas.
En seguida el deseo se hizo tan profundo que pidió su lugar en La segunda, esta novela que se está aquí mismo creando día a día. Me doy cuenta de que estoy disfrutando tanto o más que la escritura de la novela, su ideación, su crecer a base de minihistorias. ¿Podría ser ya esto una novela? Desde luego, si alguien sigue esta evolución, ¿la vive como una lectura que engancha y que es tan intensa como si de una historia completa se tratara?
En fin, habrá una amiga de la protagonista (o de él?), que amará las rosas y que me servirá para documentarme sobre este universo que desconozco pero cuyo producto, la rosa, amo cada vez más. Añado una imagen de las minirosas que hay hoy en mi patio. Una amiga que deseará visitar cultivadores para conseguir que uno le regale su nombre a una rosa. Qué romántico me parece!