El nuevo desorden

Publicado el 14 marzo 2014 por Leon

EL NUEVO DESORDEN
Yo no viví aquella avalancha. Lo que sé es por documentación, o por lo que me pudo contar Emile, que sí lo vivió. Durante un tiempo no hubo más control ni ley que lo que marcaba la suerte. Incluso en estas apropiaciones, algunos conseguían con el tiempo legitimarse como dueños. Otros eran linchados por impostores, como si se diferenciaran algo con los primeros. No sé si volvimos a una época de crueldad, como se suele decir, o si esta siempre estuvo latente, deseando su turno. Irónico.
Nos quedaban solo dos días de camino cuando nos topamos con aquel grupo de degenerados, de mal nacidos, de no humanos porque, ni siquiera ese calificativo puedo concederles. Mi hermana estaba ya muy mal, y yo intentaba infundirle fuerzas con promesas. Vimos al grupo husmear cerca de la carretera, y creyendo que si nos ayudaban con agua, o indicándonos cuánto nos faltaba, nos serviría para levantarnos el ánimo, decidí acercarnos.
Nada más pisar la carretera uno de aquellos hombres me golpeó en la cabeza con un tablón de madera. Caí rodando por la cuneta, sangrando, oyendo los gritos de mi hermana, y poco más. Cuando desperté estaba anocheciendo. Me habían dado por muerto. Tumbado, torcido, inmóvil, con una mezcla de sangre y arena del suelo por la cabeza. Me dolía todo el cuerpo. Intenté incorporarme con dificultad. Tosía sangre, y notaba la herida palpitante, aunque ya no sangraba. No veía bien, por la oscuridad o por la sangre. Mejor hubiera sido despertar en el averno.…
Ángela estaba en el asfalto, blanca, quieta, muerta. Con la ropa hecha girones, y con una cuerda alrededor de casi todo el cuerpo. Nos habían robado todo, caí después en la cuenta de que a mi también me faltaban los zapatos y la chaqueta, pero en ese momento no era lo importante. A un ser tan inocente que sufría, le habían incrementado el dolor, para quitárselo después de golpe, sin esperanza alguna. La habían atado y violado, y seguramente en el forcejeo, había muerto asfixiada.
Lo recuerdo tal como fue, para que no se olvide. Ya en la distancia tengo las fuerzas para hacerlo, pero entonces había sido como recibir un golpe más duro que el de la cabeza. No me pude mover del cuerpo de mi hermana, abrazándola, llorando. Poco a poco pude sobreponerme, la necesidad lo exigía, y cargué con mi hermana hasta un conjunto de casas vacías. 
Allí la enterré como mejor supe, junto a un manzano en el que grabé su nombre.