"Mi trabajo consistía en observar a los cuerpos que no respiraban. Vi como las ratas tenían sus masas corporales voluptuosas por ingerir parte de esos cuerpos. Cada día caminaba entre los líquidos y charcos de sangre que salían de los cuerpos. He visto montañas de cadáveres. Yo me encargaba de limpiar los campos de concentración de cuerpos sin alma. Durante la mayor parte de mi vida caminaba por los infiernos. No sabía que era un paraíso. Aún esas imágenes no me salen de la cabeza. Lo tendré siempre hasta que me muera". El calvario del señor Ri empezó en 1990 cuando fue detenido al ser confundido como un "espía surcoreano" por recibir una cantidad de dinero por su hermanastro que residía en Corea del Sur. Recibió todo tipo de tortura y recibió el cargo de limpiar los cadáveres de los campos. Sabe el número exacto de los cuerpos que limpió: 850.
"Cada día entraba uno o dos cuerpos rodeado por una bolsa de plástico transparente. Observé los cadáveres. Había cuerpos diminutos como los de los bebés, medianos como los de los jóvenes y niños y cuerpos como los míos, de adultos. Seguramente habrán estado por estos lugares por tener a familiares fuera del país". El camión que trasladaba los cuerpos para poder incinerar venían una vez al mes. Ri los cogía y los metía. Uno a uno. Las lágrimas no paraban de salir. Impotencia y constante rabia. Era la última persona encargada en decía aquella palabra que estaba reservada para los círculos más íntimos de aquellos cuerpos que no conseguían estar descansados: "Adiós".
"Vi como morían por agotamiento. Unos por ingerir pastos venenosos y otros por sesiones de tortura". A los responsables de los campos, la muerte de los inocentes tenía nula importancia ya que consideraban como traidores de la patria. Los incontables intentos del señor Ri fueron suficientes para salir de Corea del Norte y poder establecer en Corea del Sur. Pero cada noche sueña con cosas que no le abandonaría nunca al señor Ri de su mente: 850 almas inocentes que observó, los responsables burlándose de las víctimas, de las ratas abultadas, de los campos de concentración, del camión que llevaba los cuerpos para incinerar, de charcos de sangre, de las lágrimas de aquellos que aún siguen sobreviviendo. El diario de Corea del Norte