Un anillo negro. Grande, cuadrado, de plata con una gran piedra negra en el medio se encuentra en la mano de quien me habla. Me pregunta si me llegó esa carta que me pasó por debajo de mi puerta. Le contesto que no, que no recibí nada. Mira para arriba, piensa, gesticula, sigue pensando, y responde: “juro que la entregué”.
(…)
¿A qué ser humano no le intrigaría saber, no caería preso lentamente, sin darse cuenta, de la voraz ansiedad de
Develar el misterio del mensaje no es para nada sencillo, pero la complejidad que conlleva bucear en la oscuridad, sumergirse en lo desconocido, para luego ver la luminosidad de lo que a ciegas se buscaba y se encuentra ¿no es fascinante?
Es extraño. Pero hace unos días pensé en los desencuentros, en las jugarretas del tiempo, en las confusiones que se generan por expresar en minutos algo que no podemos descifrar ni siquiera nosotros.
Ahora una carta que está y no llegó. Pero escrita ya está. No la veo, pero existe. Salvo que aún mis ojos no la leen. ¿No llegó porque no era el momento, no era importante o porque no tenía que llegar? Y si no tenía que llegar, ¿para qué me tengo que enterar que había una escrito para mí?
(…)
Abro la puerta, entro a mi casa y preparo un té. Mientras un doble reclamo animal acaricia mis tobillos pidiendo alimento, pienso cuál sería el contenido de ese mensaje…
Al rato suena el teléfono y escucho una voz. Suave, algo especial que me remite a momentos remotos, únicos, de esos que no se repiten y dan forma a nuestro original ser. Inesperadamente me toma por sorpresa. Y supongo, que lo que no llegó a mis ojos, creo que por lo menos encontró mis oídos.
La ausencia, tiene motivos que la razón no quiere contemplar. Sea lo que sea, el hilo de las historias, invisible o multicolor, construye momentos que están y persistirán. Lo entiendan o no quienes lo viven. Es, aunque no se note.
Cuelgo el teléfono, apunto hacia la puerta y veo que una puntita blanca asoma debajo del sillón. Es de papel y es un sobre.
Finalmente el señor del anillo grande con la piedra negra tenía razón. Creo que era un Onix. Él fue el encargado de lanzarla por la puerta, que temiendo que se quedara trabada la arrojó con demasiada intensidad, y por culpa de ese acto irónico mis ojos no lograron percibirla.
La abro y la leo. El texto es breve, pero maravilloso. Tan hermoso, que perdería la magia si intentara describirlo. (MP)
(crónicas de una normal inadaptada)