En las películas de amor (en casi todas) hay una parte donde "él" tiene la certeza de que si no corre, todo el firmamento y la esperanza del universo se oscurecerán sin remedio, para siempre. Él corre, casi siempre bajo la lluvia, para alcanzar un avión o un tren. Corre de amor, para no perderla. "Ella", mientras tanto, con los ojos cargados de pesadumbre, sin ilusión alguna, siempre mira a través de los cristales a la gente anónima pasar. Entonces, justo cuando ella está a punto de partir, él llega. Eso, justamente, es lo que piensa Suyai al despertar.Por eso, cuando el sol recién comienza a colgarse del cielo; camina hasta la cocina en puntas de pie para no despertar al hombre que una vez, fue capaz de correr por ella.Suyai, prepara el desayuno con tostadas para dos, se acerca hasta su almohada, y en el cuello le despereza sus primeros besos del día.Él, abre los ojos al mundo y le sonríe. –Buenos días, mi amor- le dice mirándola con los ojos chinos de ternura.Desayunan en la cama con la tranquilidad de un domingo de invierno; como si los dos fueran el rocío, sobre un pétalo de fresia.
Cuando al fin dejan las sábanas, se visten para adornar de la mano las calles de la ciudad. Y en el camino, bajo los árboles, hablan de la vida, de la gente, de lo felices que son juntos.
Y cuando el sol de frío, quiere acurrucarse en el horizonte; ellos, se arropan en el sillón a ver una película abrazados.Suyai, siente que la vida es tan simple a su lado como una manzana, como un suspiro.Cuando llega la hora de dormir (como ahora) se tapan hasta la nariz con la manta; entonces, Suyai le dice: -te amo más que ayer, y menos que mañana-.
Y así, una a una, se duermen las hojas de la imaginación; sobre la almohada de esa vida, que todos los días se inventa Suyai.