Revista Literatura

El otoño en Galicia

Publicado el 04 noviembre 2011 por Moradadelbuho @moradadelbuho

Imagen | Ábrete libro.

Otoño en Galicia Venid a Galicia en el mes de San Martiño, si queréis ver cómo se marchitan las hojas de las cepas. Venid a Galicia en el mes de San Martiño, si queréis ver humear los fuegos del magosto. Es en las Riberas de nuestra tierra, donde el otoño pinta sus cuadros. Son, primero, sólo unos hilachos rojos que estallan entre las viñas como los cohetes en medio de la noche; y vienen luego, otros hilachos morados, amarillos y verdes; enseguida, donde antes había una viña, hay ahora un jardín. Y los jardines surgen rápidamente, cerca y lejos. Los hay pequeños, casi como un paño, pero de tal manera alegres por sus colores, que los pinos que los rodean se quedan pasmados al mirarlos. Hay otros que se tienden por las laderas y que parecen tapices persas que un mago del Irán hiciese nacer para hacer huir su tristeza. Y los hay que bajan brincando por las castañas de un río de crisantemos.

En este paisaje pintado por el otoño y cubierto muchas veces por un cielo oscurecido, sube directo el humo de los magostos. Se encienden las hogueras en los pinos, al pie de los peñascos, debajo de las ramas aún vestidas de los robles y de los castaños; y en derredor de ellas, la rueda de mozos y mozas espera y bromea.

Se asan las castañas en la hoguera, las pobres castañas, que cayeron desde la boca pasmada de los erizos, para morir en el fuego como si fuesen brujas endiabladas; las pobres castañas tan vergonzosas y maduras, que hasta que están muertas no se dejan quitar del cuerpo la última de sus túnicas. Aguardan los mozos y las mozas, mientras arde el fuego, y ríen y hablan y cantan; y una cantiga va derecha a un corazón, otra cae a tumbos por el monte abajo, y otra queda presa en los pinchos de un tojo.

Las castañas asadas son dulces, y el vino nuevo tiene picor. Entras las manos en la ceniza de la hoguera, y apañan las castañas asadas; y el vaso en el que la bota acuesta al vino, va lleno y vuelve vacío.

Aún hay cantigas en el aire, pero el Coro ya no concierta y alguien grita su alegría, sin darse cuenta ya ni de que grita ni de que está alegre. Y siempre son ellas las que hunden las manos en la ceniza, como si fuesen a buscar castañas, y con una buena parte cogida, van a tiznar la cara de un mozo.

Puede haber de todo; puede haber solamente deseos de saltar; puede haber deseo de burla dirigido a un tonto; pero puede haber anhelo de llamar la atención, o de vengar un descasamiento. Porque el encanto de las mujeres coge, en muchos momentos, caminos desviados.

Murieron las castañas en el fuego, la bota ya está sin aliento y el garrafón no pesa; pero aún alrededor de la ceniza de la hoguera sin fuego estallan las risas en las gargantas nuevas. Diréis que los hojatos marchitados de las viñas son señal de muerte que trae el invierno. Diréis que el magosto es el final del fruto de los castaños; y tendréis razón; pero tendréis que confesar que las viñas convertidas en jardines son bien hermosas y que las castañas se queman entre las risas y entre amores.

Porque en nuestra tierra, hasta la muerte tiene encanto. Y si no lo creéis, venid a ver Galicia en el mes de San Martiño.

Autor | Florentino Cuevillas (Ourense, Galicia, España; 1.886 – 1.958).

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