Y así, con cinta de hippie y todo(que nada tiene que ver con el asunto que aquí me trae, precísamente), me di cuenta de que tenía una nueva historia creciéndome en la cabeza. No quería ser la chica con la cabeza más grande a este lado de la net, así que durante todo el día (en el trabajo, con los amigos...) me concentré para que la historia bajara por mi cuello y viajara por mis brazos. Cuando llegué a casa y con ello, la historia bajó hasta mis muñecas, sentí un dolor enorme, como un pinchazo, y al abrir la hoja de word y ponerme a escribir lo que salía, guiada por algunas fotos de un viaje antiguo y por una dosis de imaginación, el dolor dejó paso a una extraordinaria sensación de calma.
Cambié la cinta hippie de la cabeza por las gafas que utilizo para estar frente al ordenador. Escribí veinte páginas de un delirio que casi me dio miedo a mí misma, en medio del sueño y la vigilia, (las horas que eran ya!). Lo he repasado estos días. Y, sorprendentemente, me gusta.