MSC. Reinaldo Castillo Carballo.
Omar es un joven estudiante de de Estudios Socioculturales, procede del Curso Integral para Jóvenes y solicitó esa carrera porque siente gran motivación por las artes escénicas. Es un alumno aplicado y respetuoso, pero no ha conseguido, a pesar de sus esfuerzos, resolver un problema que cual espada de Damocles, lo persigue y avergüenza.
Se trata de su vocabulario, caracterizado por expresiones, que sin ser groseras, son tan populacheras que se aproximan resueltamente a los límites de la chavaquenería.
Estas formas de expresión tienen su génesis en el ambiente marginal en que, por complejidades familiares, Omar se ha formado desde su más tierna infancia y han dejado una funesta impronta en su personalidad.
Su profesora de Gramática Española le presta una atención particular, le ha sugerido leer mucho y realizar determinados ejercicios para desarrollar habilidades en la expresión oral con resultados alentadores.
Sin embargo, esta paciente profesora, consciente de que, erradicar estas deformaciones requiere tiempo, trabajo y cooperación, buscó apoyo en la familia y solicitó una entrevista con el padre de Omar, de la cual fui testigo de primera fila.
Una vez hechas las presentaciones de rigor y explicado el objetivo de la conversación, ante el obstinado silencio del hombre, la profesora le preguntó amablemente:
-Por favor. ¿Qué piensa usted?, ¿Podemos contar con su ayuda?
Es imposible reproducir textualmente la respuesta del buen hombre, pero aproximadamente respondió en tono mesurado y respetuoso en estos términos:
- Mire acere, yo copié bien to´ la muela esa, me cuadra que el fiñe se ponga pá la aprendedera, pa´que prospere, porque la pura de él se piró del gao y yo lo he criado solano, luchando la estilla en el curralo y en el ambiente. Estoy agradecido de que los consoltes le den un chance de ser alguien en la vida, y si él no se pone pá las cosas como debe ser, ustedes me avisan y yo ¡le rompo la cabeza!