Bibliometro #89. No esperaba encontrarme con este libro de Paul Auster, que por lo demás es el que publicó después de La Trilogía de Nueva York, pero, tan solo mirando como quien se pasea frente a las vitrinas de los centros comerciales, vi que El país de las últimas cosas se encontraba en la sucursal bibliometrense de la estación de metro en donde queda la Biblioteca de Santiago, por lo que un día, luego de devolver/pedir libros en dicha locación, y como obviamente iba a devolverme en metro a la casa, aproveché de traerme esta novela, lo que me tenía muy contento. ¿Quiere decir esto, además, que podremos leer la obra de Auster de una manera más o menos cronológica? Esperemos que así sea...
El país de las últimas cosas es una novela realmente sorprendente, gratamente sorprendente. Por el título me imaginé que iba a ser una historia sobre nostalgias, melancolías y relaciones truncadas, y puede que algo de eso haya en esta novela, sin embargo, ante todo, El país... es una historia de supervivencia bien cruda, una historia con tintes post-apocalípticos casi survival horror, un relato de terror sin sustos ni fantasmas ni monstruos pero terror a fin de cuentas. Una novela situada en una región/ciudad arrasada por... ¿por el sinsentido de la existencia, de las cosas, de los objetos? Una ciudad caótica siempre al borde del abismo y del desorden absoluto: inestabilidad política en un perpetuo juego de máscaras sin importancia; escasez de toda clase de recursos, alimenticios y médicos; contrabando, mafias, bandas de asaltantes, nuevas castas que se alimentan de la desesperación y muerte ajenas, una tierra sin dios ni ley... Una región apartada del resto del mundo, el cual sigue funcionando con normalidad, por cierto, como si no tuviera mucho interés en ese vertedero absurdo: la región de la muerte, del olvido, de la pérdida: pisar sus tierras es una condena de muerte.La protagonista de esta historia es una joven mujer de unos veinte años que decide ir a rescatar a su hermano a ese país de las últimas cosas, enviado por el periódico para el que trabajaba en misión de corresponsal, pero como nunca envió notas ni señas de vida, se le dio por perdido, ante lo cual la protagonista decide no quedarse de brazos cruzados, decide luchar contra el bravucón brazo del destino. Las 200 páginas escritas en primera persona están escritas a modo de diario-carta que la protagonista escribe a su antiguo novio (me pareció que era su novio, en el peor de los casos un amigo con ventaja con quien entabló un estrecho lazo emocional) en donde le cuenta en detalle todo lo que puede recordar desde que arribó a dicha ciudad: las personas que va conociendo en el camino, los mitos y las leyendas oscuras de la ciudad, los peligros y las dinámicas socio-políticas, los métodos de supervivencia, las economías y, sobre todo, sus elementos surreales, oníricos, fantasmagóricos, absurdos: los derrumbes de los edificios, las calles que aparecen y desaparecen en una mutación cruelmente ajena a la perplejidad de sus desorientados habitantes, entre otros fenómenos sin explicación a los que hay que, simplemente, acostumbrarse si se quiere seguir con vida en semejantes condiciones. Un mundo de pesadillas hecho realidad, o la realidad degradada por un ácido pesadillesco. ¿Ustedes podrían vivir el resto de su vida en un desagradable y siniestro sueño lúcido?Por supuesto, este excelente ejercicio de relato de género, horror de supervivencia, es una manera, cruda y extrema, que Paul Auster usa para expresar sus intereses pero empujados a sus límites más (in)soportables. Por ejemplo el azar, tema capital en la obra de Auster, que acá se materializa en una ciudad-monstruo que de un momento a otro puede borrarte del mapa, literalmente. También es un retrato bien sombrío sobre el sinsentido de la existencia humana, sobre el valor y la fortaleza o el peso de la humanidad frente a lo desconocido, a lo incontrolable: ¿vale la pena tanto sufrimiento, tanto calvario?, ¿es la idea de civilización, de esperanza, de nuestro valor intrínseco como individuos o personas más poderosa que las terribles circunstancias que puedan rodearnos?, ¿merecemos compasión y protección frente a la muerte por el solo hecho de existir, de estar vivos, de haber nacido? Supongo que esto nos conduce al análisis conductual, por así decirlo, de nuestro sistema de valores y de costumbres, lo que damos por hecho en tiempos de supuesta paz o estabilidad versus lo que sucede cuando la moral pierde su base o su marco de derecho/civilización y se despeña por un barranco de violencia y desesperanza: sin dios y sin leyes, ¿qué puede detenerte? Sólo la muerte, y como la muerte es implacable e inevitable lo mejor que se puede hacer es empujar a otros frente a ti para que entorpezcan y ralenticen un poco el avasallador tranco con que esa insondable sombra negra te persigue devorando tus pasos. En el país de las últimas cosas el amor, la memoria, el lenguaje, las ideas: también desaparecen junto con los objetos tangibles: las palabras, los recuerdos y los sentimientos, borrados por el polvo de los derrumbes, qué es lo que va quedando y cómo saberlo... El nihilista país de los últimos vestigios de humanidad, de compasión, de solidaridad, de esperanza... Auster acierta de lleno al retratarnos no sólo el horror más físico y material, sino que también el horror de la desesperación, del desamparo, del vacío y la futilidad y trivialidad y banalidad vital. No es una historia animosa, es de supervivencia: cuando se trata de sobrevivir, no hay victorias, más bien quién pierde menos o de manera más lenta. Como dije, en estos relatos la derrota es inevitable, el éxito consiste en extender el sufrimiento de aún estar con vida...Sin duda alguna una novela sorprendente, no me esperaba algo así, tan deliciosamente escrito, con esa elegancia propia de Auster, una elegancia que por lo demás no rehúye los elementos más escabrosos y desasosegantes del relato, un relato que equilibra a la perfección sus elementos humanistas y filosóficos y políticos con la paciente creación de una atmósfera asfixiante, oscura, terrible, y de unos personajes auténticos, genuinos, de carne y hueso, con sus vicios y virtudes, que son los que, a fin de cuentas, van dotando de sentido, como brújulas, a un país que parece flotar en el vacío y absurdo total. La humanidad que les va quedando, el bote salvavidas que los mantiene a flote más y mejor que todas las provisiones que puedan acumular.Auster no defrauda, eso lo sé, pero El país de las últimas cosas me ha tomado desprevenido, lo que siempre me encanta, que una historia te sorprenda en un 100%.
¡Vaya ficha bibliográfica tenemos entre manos! No puedo encontrarle un gran orden ni sentido, eso sí. Reducidos a los meros números, desde finales del 2013 hasta nuestros días, once años y fracción después, podemos afirmar que El país de las últimas cosas ha sido prestado en 34 ocasiones, pero mejor no me tomen la palabra, podrían ser dos o tres veces más, dos o tres veces menos. ¡Vaya desorden! En cualquier caso, me alegro que un libro de Paul Auster tenga esta nutrida actividad lectora.