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Jimmyteca personal #3. Es natural que vayamos leyendo y comentando libros de esta sección personal que pertenezcan a mis autores de cabecera dentro de la literatura chilensis, y Germán Marín es, sin duda alguna, uno de ellos (quedó más que claro cuando comentamos Compases al amanecer, su volumen de cuentos imposible de encontrar a la venta). Pero si me he puesto a leer El Palacio de la Risa es porque no he leído Cártago, una novela que también es imposible encontrar acá en Chile (sólo la vi en un par de negocios en Argentina que no tienen envío al extranjero, por alguna razón), que en su momento se editó como la unidad que es, pero que también fue publicada en un volumen titulado Un animal mudo levanta la vista, que reúne la susodicha, Ídola y la novela de este post, conformando una trilogía protagonizada por el mismo personaje, un alter ego del propio autor. Como hace poco descubrimos otra biblioteca a la que ir a pedir prestados libros (la Biblioteca de Santiago, sección que inauguramos con un libro de Stephen King), me puse a mirar y ¡bingo!, Cártago tambié estaba ahí. Y como en las primeras páginas se me hizo obvio que no tenía la memoria tan fresca de las dos primeras novelas de la trilogía (que leí hace ya unos seis o siete años), lo que me dificultaría la comprensión del argumento de Cártago, entonces me dije "qué demonios, leamos las otras dos novelas y qué tanto", y acá estamos. Vamos a comentar la trilogía en días continuos, así que atentos, serán tres días bien intensos.
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Marín siempre ha dicho que es un escritor que trabaja con la basura. Que escribe de lo que va escarbando en los basureros. Es un escritor rabioso que lucha, escritura y literatura mediante, contra el olvido y, sobre todo, los acólitos del olvido: la hipocresía y el conformismo, que en el Chile post-dictadura, bien lo sabe Marín, exiliado y retornado de la tiranía de Pinochet, campan cómodamente a sus anchas. En esa primera página compartida queda claro: "no vengo del extranjero, vengo del pasado", sentencia que funciona a la perfección en El Palacio de la Risa, que podríamos definir como una historia de fantasmas, incluso de terror, pero no en su sentido más efectista y truculento, puede que ni siquiera espiritual, sino histórico y memorialista, sobre todo para los que no quiren recordar o no quieren que se recuerde. Lo de venir del extranjero lo irá desarrollando posteriormente, pero en El Palacio de la Risa, Marín, encarnado en su alter ego protagonista, un fracaso de escritor retornado de su largo exilio a un país que apenas reconoce (los contornos de este nuevo país son deformes, una grotesca difuminación del Chile que se vio obligado a abandonar), tanto en el aspecto más superficial y costumbrista como moral, cultural, introspectivo, psicológico incluso, antes que adaptarse y aclimatarse al renovado zeitgeist chilensis, cumbre de la más domesticada y eficiente mediocridad, el protagonista quiere y debe saldar deudas con ese pasado abruptamente fracturado e incluso más atrás, el pasado del pasado. Para ello se vale de Villa Grimaldi, acaso símbolo de la debacle de la sociedad chilena, de la Historia de Chile como país.El protagonista nos relata su propia historia personal que corre casi paralela con la historia de Villa Grimaldi, primero una mansión construida a mediados del s. XIX por una eminente e influyente familia aristocrática que luego fue pasando de mano en mano, en una acusada decadencia social, por familias burguesas cada vez menos importantes hasta acabar convertido en uno de los centros de tortura más infames y horrorosos de la dictadura, un lugar que, antaño edificación esplendorosa, fue consumida por las muertes y torturas más espantosas que puedan imaginar, convertida en un páramo sin vida con el fin de ocultar o "evaporar" toda prueba de lo que allí ocurrió. Un espacio vacío en el mapa, en la geografía temporal. El protagonista, que creció al alero de esa burguesía decadente, tiene bellos recuerdos de infancia y adolescencia dentro de las paredes de la Villa Grimaldi, en tanto su mejor amigo del colegio vivía ahí. A partir de esos recuerdos propios, enlazados con la Historia misma concentrada en ese punto, el protagonista reflexiona sobre la identidad chilena, sobre sus fantasmas. Sobre todo de un fantasma en particular: una tal Mónica, su querida amante, a la que tuvo que dejar atrás, junto a toda su vida, cuando partió al exilio, y de la que, tiempo después, ya en tierras extranjeras, dejó de tener señas, puede que de manera definitiva y para siempre. Ahora de vuelta, pretende reconstruir esa historia y descubrir su desenlace: qué sucedió con Mónica, que lo lleva a descubrir qué sucedió dentro de Villa Grimaldi. Cómo es que desapareció y cuál fue su destino, si es que acaso puede hallar una respuesta (tarea difícil en un país en donde las autoridades parecen más inclinadas a facilitarle la vida a honorables criminales de lesa humanidad que a ofrecer apoyo y responsabilidad a las familias que aún buscan a sus seres queridos desaparecidos). Y sí, puede que el oscuro destino de Mónica esté relacionado, como casi todo lo demás en la vida del protagonista, con ese infame lugar jocosamente bautizado como El Palacio de la Risa por sus gloriosos y postreros ocupantes. La verdad siempre puede ser peor que cualquier pesadilla.En El Palacio de la Risa la prosa de Marín, pausada y elegante, no tan ominosa ni sinuosa como llegaremos a ver en trabajos posteriores (al menos no de una forma tan manifiesta, en esta novela es más bien soterrado, fiel a su concepto de realidad escondida bajo la alfombra), también va cargada con fuertes dosis de rabia pero, sobre todo, decepción y desesperación. Tal es la atmósfera que transmite la abismante investigación del protagonista en este libro sencillo en su planteamiento (personaje principal que, en "tiempo presente", solamente se dedica a caminar un par de horas dentro del demolido recinto mientras, eso sí, la memoria reconstruye y unifica esos senderos, el de la infancia, el de la amante, el del país, el del exilio, y el del retorno-investigación) pero hondo, complejo, negro, de un fatalismo arrebatador en su desarrollo, en su cierre. Sobre todo cuando el viaje por esa carretera perdida lo conduzca, inevitablemente, a despertar por la fuerza y enfrentarse de una buena vez al Chile real en el que vive: un Chile en el que los fantasmas del pasado, por más cercano que sea aún en términos temporales, han quedado aplastados por toneladas de tierra apisonada y de falsa alegría.El Chile en el que el alter ego de Marín ha despertado tiene sus propios monstruos, y no tardará en descubrirlos.
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