A veces, cuando una relación (de amor, de amistad, familiar, social, vecinal, etc.) se sitúa en ese punto en el que o luchas por ella o te rindes, siempre te preguntas si merecerá la pena o no. Si será oportuno ofrecer una segunda (no creo en las terceras) oportunidad a las personas, o si sería más sensato retirarse discretamente y dejarlo estar…
Generalmente, y salvo excepciones, yo suelo optar por dar a las relaciones una segunda vida y la ocasión de explicarnos ante posibles malentendidos, decepciones, frustraciones o desapegos provocados por distintos modos de apatía, desinterés o ensimismamiento. En algunos casos no ha servido de nada, porque la falta de afinidad entre las partes era tan obvia y profunda, que el esfuerzo que sólo provenía de una de las dos, terminaba por quedar diluido en el silencio indolente de la otra. Ante estas situaciones, lo mejor es respetar el deseo propio o ajeno y continuar nuestro camino, sin criticar (cuesta, sí…) a quien ya no vamos a escuchar, leer o ver más. En otros casos, las reconciliaciones han sabido tan dulces, que la relación ha salido fortalecida y mejorada tras la pausa.
Para mí es importante salvar la amistad mientras sea posible (¡ya no digo el amor o la familia!), porque no confío demasiado en las personas que pasan su vida solas y aisladas, criticando y recelando de todos, amargadas y resentidas cuales “viejas del visillo”, algo que sin cierta generosidad es muy posible que ocurra… A mí, sin embargo, se me ha despachado de una sola patada (física o virtual) sin más, cuando -a mi entender- merecía al menos una segunda oportunidad para la aclaración. Ésos tan perfectos y radicales deben saber que me perdieron para siempre. Hay un tiempo para todo, pero ese tiempo es limitado.
Amigas valiosas como A.M., L.V., T.B., C.F., o J.B., saben bien de qué hablo, pues con ellas -en algún momento- la amistad quedó arrugada como un papel a punto de ser arrojado a la papelera. Pero también saben -y me enorgullezco de ello- que todas poseemos esa plancha infalible que consigue, en un abrir y cerrar de ojos, dejar el pliego tan liso e impoluto como al principio. Algo que no puede hacerse con aquellos que traban relaciones de papel cebolla (¡premio!), y cuya fragilidad sólo da para un uso cortito, superficial e interesado.
Y es que, como bien dice André Malraux, lo difícil no es estar con los amigos cuando tienen razón, sino cuando se equivocan. Y afirma Louis Pasteur que los verdaderos amigos se tienen que enfadar de vez en cuando.
El silencio es oro, pero es un oro muy triste…