Antes de comenzar me gustaría dar las gracias a los cientos de lectores que se han interesado por la historia del Parque de atracciones de Artxanda traducidos en más de 15.000 visitas desde el momento en el que se publicó la primera parte.
Comenzamos ahora la segunda, centrada tanto en las propias atracciones como en los sucesos que precipitaron su cierre a principios de los años 90.
Por supuesto, si no has leído el primer capítulo puedes hacerlo pulsando aquí.
Un paseo por el parque
Nada más bajar de sus vehículos o del autobús, los visitantes accedían al recinto a través de los tornos situados junto a las taquillas.
Aunque a lo largo de los años los precios y los tipos de entradas fueron evolucionando, en el año de la inauguración costaban 10 pesetas las infantiles y 20 las de adulto (sólo acceso al parque), siendo el gasto estimado en tickets para las diferentes atracciones de unas 110 pesetas por persona.
Las últimas de las que tenemos constancia, ya con la entrada única implantada, costaban 500 pesetas a las que había que sumar, si se quería, 100 pesetas de la Selva mágica y otras 100 (50 para niños) por el circuito de karts.
El horario variaba en función de la temporada, abriendo todos los días de marzo a septiembre y sábados, domingos y festivos el resto del año.
Esta situación se prolongó al menos hasta el año 1979, en que las pérdidas y la falta de personal aconsejaron su cierre durante todo el invierno.
En septiembre de 1984, por ejemplo, se abría desde las 4 de la tarde los sábados y desde las 12 de la mañana los domingos, cerrándose en ambos casos a las 9 de la noche.
Bajo la atenta mirada del “Chimbo”, la primera mascota del parque, grandes y pequeños ya podían disfrutar de un día en familia en esta “Moderna y funcional versión de las clásicas barracas bilbaínas donde todo es más grande y más llamativo de acuerdo con los gustos y la exigencias de nuestros días”
A partir de 1981 el pajarillo fue sustituido por el Basajaun, un personaje de la mitología vasca, que recorría el parque repartiendo regalos.
La avenida principal y las fuentes cibernéticas
Para acoger a los visitantes se construyó una gran avenida de 250 metros de longitud rodeada de flores y que daba acceso a los restaurantes, a las terrazas, a las pirámides y a la zona de atracciones.
Dos fuentes luminosas, que por su innovación en la época se conocían como “cibernéticas”, se colocaron en los extremos de la avenida principal.
Ambas fueron diseñadas por el equipo de arquitectos, pero para crear los juegos de luz y agua se conto con el ingeniero catalán Carlos Buigas.
Cuando cada cierto tiempo se ponían en marcha, las fuentes se convertían en una atracción más del parque.
El anfiteatro
Junto con la estampa de las pirámides recortando el horizonte, el anfiteatro del Parque de Atracciones de Vizcaya es quizá su imagen más característica.
Situado frente a la entrada principal dada la necesidad de permitir el acceso y salida de una gran cantidad de gente, esta enorme construcción con capacidad para 5000 espectadores albergó conciertos de algunos de los mejores cantantes y conjuntos de la época.
Por su escenario desfilaron, entre otros, los Hombres G, Alaska y Dinarama, la Orquesta Mondragón, Chiquetete o el grupo celta Gwendal.
En un principio se pensó que estuviera cubierto, pero por cuestiones de presupuesto se dejó para una segunda fase si el recinto tenía éxito.
La piscina
Con la idea de atraer a un mayor número de visitantes se construyó, algunos años después, una piscina que se situó junto al mini-zoo y el anfiteatro por resultar el lugar más resguardado del complejo.
Aunque ésta era independiente de las atracciones y disponía de tarifas propias, también se podían adquirir entradas conjuntas que daban acceso a la totalidad del recinto.
Así mismo existían abonos de temporada (individuales y familiares) que además del uso de la piscina permitían disfrutar de la mayoría de las atracciones del parque.
Las instalaciones de la piscina se completaban con aseos, vestuarios y un chiringuito.
Su apertura, aunque ligada a las condiciones meteorológicas, solía ser durante los meses de verano de 11 de la mañana a 7 de la tarde.
La Casa magnética, el Salón de tiro y la Tómbola
La Casa magnética era un lugar repleto de paredes inclinadas y dibujos estridentes que se diseñó de tal forma que se consiguiera el efecto óptico deseado.
La entrada era un pasillo en zig-zag en el que unos ventiladores producían viento y que daba acceso a una habitación cuya fuga había sido distorsionada inclinando el suelo.
Adosados a ella estaban el Salón de tiro y la Tómbola en los cuales, según la publicidad, se podían conseguir todo tipo de regalos y se sorteaba, cada domingo, una bicicleta.
La Casa de la fantasía
Un parque de atracciones que se precie no puede olvidar los cuentos de hadas.
Por eso se construyó la Casa de la fantasía en la que, muy alejados de la estética “Disney” pero con el mismo encanto, se representaba mediante muñecos el cuento de Blancanieves.
A través de unos grandes escaparates los visitantes podían ver el dormitorio de los enanitos, su salón, el comedor e incluso a la temible bruja.
La Casa encantadaEntre las pocas atracciones que no fueron desmanteladas está también la Casa encantada, un lugar mágico repleto de criaturas fantásticas que aún hoy, tantos años después de su cierre, nos siguen impresionando.
De este laberíntico edificio de dos niveles sólo se podía “escapar” cruzando un puente colgante, deslizándose por un tobogán, escalando unos peldaños casi imposibles y atravesando dos barriles que giraban uno a la inversa del otro.
El Mini-Zoo Gran aceptación tuvo esta versión reducida de un zoo que se situaba en un extremo del parque y que además de las clásicas “fieras” disponía además de acuario y sala de aves. Para el museo del zoo se adquirieron entre 30 y 40 animales disecados, como esta leona o el oso que te “saluda” al entrar al local. Entre los animales más grandes destacaban los lobos, los cachorros de león, los zorros… … pero también tenían animales domésticos para que los niños pudieran jugar con ellos. Los columpiosLejos de los columpios de plástico tan seguros y con tanto diseño que tenemos hoy en día están los del Parque de Artxanda, básicas estructuras metálicas similares a las que hemos conocido los que pasamos de los 30.
En una pequeña zona arbolada estaban las barcas, el tobogán con forma de elefante, la bola y una locomotora amarilla que sin duda hacían las delicias de los más pequeños. Con el paso de los años el parque sufrió numerosas modificaciones. Algunas atracciones desaparecieron, otras se cambiaron y otras se reubicaron.
En concreto, en el lugar que ahora ocupan los columpios antiguamente estaba el Fuerte Militar y su pozo para pedir deseos.
El circuito de karts
Aunque no estaba incluida en el precio de la entrada, el circuito de karts era una de las atracciones más populares del parque.
El asfalto, los neumáticos a los lados, unos completos boxes y coches de vivos colores era todo lo necesario para emular a los pilotos de Fórmula 1.
Estaba reservada a los mayores de 16 años y se componía de dos pistas, una de 180 metros de longitud para los adultos y otra de unos 100 metros para los más jóvenes.
La Selva mágica
Esta atracción que tampoco estaba incluida en la entrada simulaba un paseo por la jungla.
La Selva Mágica era un espacio repleto de figuras articuladas de animales que se manejaban mediante un ordenador.
Se alquiló en 1989 por 20 millones de pesetas (unos 120.000 euros) y se instaló en el espacio que ocupaban las máquinas tragaperras.
Curiosamente esta atracción fue destruida por un incendio apenas un mes después de su inauguración, por lo que, a pesar de ser uno de los principales reclamos, tuvo que ser cerrada.
Las que ya no están
Se presentó como una selección de las mejores atracciones europeas y, si nos fijamos en las crónicas de la época, realmente se alcanzó ese objetivo.
Hemos repasado las atracciones de las que queda algún vestigio, pero había muchas más que fueron desmontadas o vendidas a un parque de atracciones portugués.
Entre ellas podemos destacar la pista de autos de choque y sus impresionantes dimensiones de 30x14 metros por la que circulaban en torno a 30 vehículos o la Noria Visión, cuyos 26 metros de altura la convertían en una de las más altas de España.
Tampoco podemos olvidarnos de la montaña rusa, con un recorrido de medio kilómetro y más de 75 toneladas de peso.
Una buena manera de tomarse un descanso era coger el pequeño ferrocarril; del que hoy apenas queda un poco de balasto; y relajarse durante el tiempo que tardaba en completar los mil metros del circuito.
Otra opción era subirse a uno de los Ford-T de conducción automatizada y darse un buen paseo por una pista cerrada de algo más de un kilómetro.
O montarse en las motos infantiles, cuyo único vestigio es el logotipo pintado en una pared.
Coches de bomberos, aviones, naves espaciales o tanques en los que soñábamos por un momento que conducíamos acompañados por una estridente y pegadiza música.
A pesar de estar a la vanguardia de los parques de atracciones, en Artxanda también había sitio para el clásico tren de la bruja para las camas elásticas, tan sencillas como divertidas y para un mini-golf de unos 15 hoyos.
Hoy poco queda de aquello. Pistas desvencijadas, agujeros circulares en el suelo y casetas descoloridas.
Comer y beber
Aún a pesar de que los gestores siempre hablaron de mantener precios muy populares, lo cierto es que revisando las hemerotecas podemos encontrar numerosas quejas de los usuarios acerca del elevado coste que tenían las consumiciones en el interior del parque.
En cualquier caso, sin contar el chiringuito de la piscina, seis eran las instalaciones destinadas a tal fin.
El kiosco, situado a la entrada, era un pequeño puesto en el que se podían adquirir bocadillos y refrescos.
En la churrería, junto a la zona de la tómbola y el salón de tiro, además de churros se vendían pasteles y algodón de azúcar.
Las dos cafeterías; una en el anfiteatro y otra bajo la noria; se especializaban en platos combinados y comida rápida, y daban servicio tanto a los visitantes del parque como (en el caso de la del anfiteatro) a los asistentes a los diferentes conciertos y espectáculos.
El restaurante de lujo estaba destinado a los más pudientes y a las celebraciones.
Al magnífico comedor acristalado con vistas al parque se unían una sala de exposiciones, un salón de juegos y una discoteca.
El autoservicio, por último, era una especie de buffet en la que cada uno cogía los platos que quería en una bandeja y los pagaba en la caja al terminar el recorrido.
Al estar todo ya preparado el servicio era muy rápido y permitía no invertir demasiado tiempo en la comida para poder seguir disfrutando de las atracciones cuanto antes.
Empiezan los problemas
El número de visitantes estuvo, desde la inauguración, muy por debajo de las expectativas que tenían los promotores.
La primera cifra estimada que se barajó superaba el millón y medio de visitantes al año, pero esta previsión se hubo de revisar a la baja en dos ocasiones fijándose al final en unos escasos 500.000.
Las fuertes ráfagas de viento que barrían continuamente el recinto y la lluvia, tan habitual en la región, fueron factores determinantes a la hora de impedir el éxito del parque.
Aunque como habíamos comentado la mayoría de las atracciones estaban cubiertas, las enormes pirámides no impedían que los visitantes acabaran calados hasta los huesos.
En 1981 se realizó una ampliación de capital por valor de 300 millones de pesetas (algo menos de 2 millones de euros) y siete años más tarde la Excma. Diputación Foral de Vizcaya se hizo con el 77% de las acciones del parque mediante una inversión de 144 millones de pesetas (alrededor de 900.000 euros) con el objetivo “no sólo de mantenerlo, sino de reforzarlo y ampliarlo”
En 1989 se inyectaron otros 50 millones de pesetas (300.000 euros) para remozar y relanzar el parque.
Para ello se lanzó una gran campaña de publicidad, se habilitaron autobuses gratuitos desde el centro de Bilbao y se instauró la entrada única que permitía disfrutar de todas las atracciones (excepto los karts, las motos infantiles y, posteriormente, la Selva mágica)
Desgraciadamente el ejercicio se saldó con pérdidas de 188 millones de pesetas (1.130.000 euros) que sufragó la Diputación mediante una partida especial en los presupuestos de 1990.
El cierre
Ese mismo año se encargó un estudio de viabilidad que arrojo datos más que preocupantes.
Las inyecciones periódicas de dinero que se venían haciendo desde 1981 por parte de la Diputación comenzaron a ponerse en entredicho, pues no justificaban la rentabilidad social del recinto.
El estudio determinó dos opciones para que el parque resultase competitivo.
En la más ambiciosa se debía hacer en él una inversión de alrededor de 1150 millones de pesetas (casi 7 millones de euros) y requeriría para amortizarse llegar al millón de visitantes al año.
La segunda, más modesta, contemplaba inversiones por valor de 347 millones de pesetas (más de 2 millones de euros) y requeriría de 640.000 visitantes anuales para rentabilizarse.
Teniendo en cuenta que en 1988 los visitantes fueron unos 120.000 y que ni en los mejores años del parque se alcanzó el medio millón, el informe de viabilidad no podía ser más negativo.
Con todas estas cifras en la mano, mantener el parque era demasiado gravoso para la Diputación y las dos entidades bancarias (Caja de Ahorros Vizcaína y Caja de Ahorros Municipal de Bilbao), por lo que se acordó la disolución de la empresa y la clausura del recinto lúdico.
Tampoco ayudaron los conflictos laborales acontecidos durante el verano, que incluyeron huelgas de hambre, parones en horario laboral y reparto de octavillas.
Estos actos con los que los trabajadores reclamaban mejoras salariales y la equiparación con los funcionarios de la Diputación se tuvieron muy presentes a la hora de tomar la decisión definitiva.
¡Vuelven las atracciones!
Treinta y tres años después de la inauguración del parque, otro 14 de septiembre, se proyecta en la plaza del Arriaga un video de “fuegos artificiosos” en el parque.
Fue la presentación del proyecto “¡Vuelven las atracciones!” ideado por la artista Saioa Olmo y la productora de arte Consonni.
Durante el mes de octubre de 2007, todos los jueves y viernes por la tarde se hacía una visita mientras que los sábados y domingos se hacía una por la mañana y otra por la tarde…
En grupos de 15 personas a los que se recogía en el Arenal, en el centro de Bilbao, se subía al parque a realizar el recorrido que duraba una hora y media guiados por Garikoitz Fraga y Aiora Kintana.
La idea era mostrar el parque tal y como está, desmantelado y en desuso, sin necesidad de retocarlo ni limpiarle la cara, descubriendo así un lugar que simboliza la exuberancia de un Bilbao pletórico en los setenta y de un Bilbao de sueños rotos en la crisis de los ochenta.
Gracias a estas visitas accedieron al recinto 500 personas, mayoritariamente entre 30 y 40 años, de los que muchos ya habían estado en el parque en su infancia y querían reconocer el lugar.
Las visitas se desarrollaron con un presupuesto muy limitado, por lo que a pesar de que a la semana de abrir la posibilidad de inscribirse ya se habían agotado las plazas y que en lista de espera se quedaron 600 personas, fue imposible ampliar el plazo o volver a realizarlas.
Consonni acaba de publicar un libro coordinado por Saioa Olmo que refleja las visitas guiadas con textos de Luis Navarro, Basurama, Tomás Ruiz y Franck Larcade entre otros.
Y nada mejor que las fotografías que los visitantes sacaron para ilustrarlo.
Los puntos de venta están disponibles en el blog de la productora http://www.consonni.org/intrahistorias/template_archives_cat.asp?cat=85 y también se puede comprar directamente escribiendo a [email protected]
El documental de Guillermo Santamaría
Guillermo Santamaría nació en Bilbao apenas cinco años antes del cierre del parque, por lo creció ajeno a la existencia de este centro lúdico a pocos kilómetros de su casa.
Pero cuando su profesión, realizador audiovisual, su atracción hacia los lugares abandonados y el deseo de conocer la historia reciente de su ciudad se mezclaron, no tardó en aparecer el que sería su primer documental, titulado “El Diente del Diablo”
En él se condensan el nacimiento, la vida, la agonía y el abandono de unas instalaciones cada día un poco más olvidadas.
Guillermo, a través de los testimonios de los afortunados que lo pudieron disfrutar en activo, ha inmortalizado la historia del Parque de Atracciones de Artxanda y, según sus propias palabras, ha “intentado rescatar este lugar del olvido. Porque, aunque no lo parezca, el parque aún sigue vivo”
También es el autor de una página web cuya vistita recomiendo y a la que se puede acceder desde aquí.
Agradecimientos
Encontrar la historia del parque de Artxanda hubiera sido imposible sin contar con la Productora Artística Consonni y su proyecto Vuelven las atracciones.
Además, todas las fotografías antiguas han sido cedidas por ellos y podéis verlas en su álbum de Flickr.
A Guillermo Santamaría, realizador audiovisual y autor de la página http://www.blogger.com/www.parquedeatraccionesdevizcaya.com que nos ha ayudado con la corrección del texto y ha aportado datos y fotografías del parque.
También queremos agradecer a la Excelentísima Diputación Foral de Vizcaya las facilidades que nos dieron para acceder al recinto, así como a los vigilantes encargados de la seguridad del Parque, que fueron muy amables durante nuestra estancia.
Por último un abrazo muy fuerte a Iván Jaspe, amigo, compañero de visita y anfitrión de lo que fuera la parte española de la EuroQuedada 3 del Club CELA.
Fotografías: Daphneé García y Tomás Ruiz