Hace unos días llevamos a Paule a la consulta del pediatra para la rutinaria revisión de los dos meses. Sabíamos que ésta no sería una visita placentera ya que incluía la administración de tres vacunas, una bucal y las restantes mediante un par de pinchazos en sus muslos. Haciendo de tripas corazón, y con el convencimiento de que es mucho mejor prevenir que lamentar, llegamos al centro de salud con ganas de pasar el mal trago lo más rápido posible.
Primero nos atendió la enfermera, a quién ya conocíamos de anteriores visitas, con su habitual tacto para controlar la situación y su encantadora voz para tranquilar a los bebés. Utilizó sus mágicos dotes al momento de la vacunación pero la situación era tan dolorosa que Izas y yo nos quedamos cariacontecidos y a Paule le tomó un tiempo parar de llorar.
Aún afectados, era el turno de pasar con el pediatra. Era la primera vez que lo íbamos a ver. Las primeras consultas la hicimos con una seria y lacónica doctora que lo reemplazó durante sus largas vacaciones. Cuando entramos a su consultorio no quitó la vista del ordenador. Nos dio los buenos días, pero su interés estaba en la pantalla del PC. “¡Kabenzotz! Esto no anda bien, como siempre”.
Luego de pulsar algunas teclas, medio extrañado nos dice “¿y qué placas había que sacarle a la niña, pues?”. Izas y yo nos miramos sin respuesta. “¿No tenían que sacarle unas placas?”, volvió a increparnos a lo que le contestamos con un tímido no. “¿No se llama Marta?”. Le dijimos que no, que se llamaba Paule. “¡Ahí va la hostia! esta es otra. Ya ves, esto no anda bien, como siempre, kabenzotz”, dicho lo cual reinició el ordenador.
Aprovechó el tiempo para hacer la revisión clínica. “Todo bien… sus ojitos todo bien… a ver la boca”. Empezó a hacer el “aaaaa” a lo que le siguió la “ooooo” y la “uuuuu”, todos ellos con la correspondiente mueca graciosa, esperando que Paule reaccione y lo imite. Cuando prosiguió con la auscultación se me ocurrió preguntarle alguna duda sobre los moquitos de la nariz. No me escuchó. Continuó flexionándole las piernas hasta que finalmente la puso de pie. Al parecer Paule se cansó de tanto movimiento y empezó a llorar, provocando la inmediata petición del pediatra: “¡Amatxu, amatxu! coja a la cría que ya se aburrió”.
Volvió a su escritorio, ingresó nuevamente al ordenador y nos dijo que todo estaba muy bien, y que ahora era el momento de hacerle todas las preguntas que quisiéramos pero con una advertencia: “¡Yo sólo sé de niños, yo sólo sé de niños!”. Era el típico vasco al que sólo le faltaba la txapela y las botas para el monte (la camisa a cuadros se le traslucía a través de la bata blanca). Su aparente enfado y distracción no era más que su forma natural de comunicación, ya que cada frase suya venía acompañada de una sonrisa risueña y una expresión de confianza.
Ante una cuestión respecto al uso del pañal el doctor lanzó una de sus primeras ilustraciones: “Imagínate que te pones un pañal en la cara durante veinticuatro horas. ¿Cómo se sentirías, pues? ¿Cómo te sentirías?”. Todo esto lo dijo sin mirarnos, como si estuviera viendo lo que describía en un holograma en mitad del consultorio. Luego salió el tema del baño: “¿Tú la bañas con un poquito de jabón, no? ¿Para qué pues? ¿Para quitarle la grasita, no? ¡Ahí va!, entonces, ¿por qué después de quitarle la grasita le ponemos aceite de bebe?” dijo con la experiencia de sus cincuenta y tantos años y esa raza de los médicos de antaño. Y con la mirada fija en el mismo holograma.
“¡Más, más, denme más caña jo’er!”. Hicimos más preguntas y todas las respondía con el mismo estilo dicharachero y campechano. Su pelea con el ordenador no cesó en ningún instante y tuvo que hacer las recetas a mano. Cuando me tomaba los datos, se detuvo en mi número de Seguridad Social: “¡Hostias! ¿Esto no es de aquí, no?”. Le dije que era el número que me dieron cuando obtuve el permiso de residencia. “Ya, ya, pero no, jo’er”. Estuvimos un largo rato, yo sin saber que responder y él sin saber exactamente a qué se refería. Cuando le digo que quizás se deba a que viví un par de años en Barcelona, el confundido galeno concluye la discusión con un “¡Y yo qué sé! ¡Yo sólo sé de niños! ¡Yo sólo sé de niños, me kabenzotz!” lo que me provocó la mayor carcajada de toda la mañana.
La consulta estaba por terminar pero yo no podía irme sin antes sacarle una foto a tamaño personaje. El hilarante pediatra accedió con mucho gusto a mi petición y posó con una enorme sonrisa al lado de Izas y Paule. Como no le pregunté por los derechos de imagen no puedo incluir su retrato en este blog, pero puedo asegurarles que el Inspector Columbo es euskaldún y en sus ratos libres hace de médico de niños en el centro de salud.
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