Quien dice tocino y velocidad, dice pescado y fregona. Y, sin embargo, no sé qué tiene el aire de Pekín, además de contaminación, que permite que las combinaciones más rocambolescas se reproduzcan como setas. ¿Se secan mejor los pescados cuando se acompañan de fregonas? ¿Se secan mejor las fregonas en contacto con los pescados? ¿Venden en lote los pescados con las fregonas? ¿Son colegas, el pescado y al fregona?
Las fregonas probablemente merezcan mención aparte, por su abundancia. Das un paso en cualquier rincón de Pekín y te topas con una fregona. Y, si miras detrás, verás escondida a una señora bajita y oronda en uniforme blanco, el pelo recogido en un moño, que friega y refriega y sonríe mostrando sus tres o cuatro dientes. Porque los suelos chinos, amigos, siempre están limpios. La suciedad de todo lo demás –paredes, sillas, mesas, ríos, cielo– parece ser el precio que tenemos que pagar por esos suelos relucientes.
Y para misterios insondables del universo, este: cualquiera diría que a la hora de asfaltar una calle lo suyo es que la grúa retire antes los vehículos abandonados. Pues no. La otra opción, mucho más popular por estos lares, es que la montaña vaya a Mahoma: el asfalto rodea al vehículo, haciéndole un hueco para siempre.