Paradójicamente, el uso del aire acondicionado empeora las condiciones de confort urbano: aumenta la temperatura y afecta negativamente a la calidad del aire. Por su parte, la ciudad altera la forma en que la tierra absorbe o devuelve a la atmósfera la radiación solar y obstaculiza o acelera de forma impredecible el flujo del viento, creando así su propio microclima.
El urbanismo no es capaz por sí solo de optimizar la temperatura y calidad del aire, que son los factores más importantes para el confort de los ciudadanos. Sabemos que por cada grado que aumenta la temperatura del aire, la demanda energética sube alrededor de un 2%. Y lo peor es que el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPPC) de la ONU predice, en un reciente informe, que en nuestro país la demanda de energía para refrigeración ambiental será un 32% mayor hacia 2030. Consecuentemente, aumentarán las emisiones de dióxido de carbono, y con ello el calentamiento global.
Desgraciadamente, las malas noticias no acaban aquí. El trabajo de los aparatos de climatización es extraer calor de los edificios para verterlo a la atmósfera. Cierta parte de este calor penetra de nuevo en los edificios y vuelve a ser extraído por los climatizadores.
Diversos estudios físico-matemáticos de la atmósfera en ciudades de distintos continentes han llegado a la misma conclusión: al final de la tarde, la temperatura del aire urbano aumenta de 1,5 a 2 grados. Es decir, fuera de casa hay más calor durante más tiempo: un círculo vicioso. Ciertamente, estamos en un buen lío.
Combatir el calor interior expulsando más calor a la atmósfera es de lo más estúpido. En un día caluroso, cuando caminas bajo ese sol de plomo que tanto gusta a los turistas del norte y te refugias bajo la sombra de cualquier árbol, te das cuenta al momento de la gran eficacia del sistema de climatización natural, que además absorbe el dióxido de carbono. ¿Habéis notado que las ciudades con menos parques son más calurosas? Pues sí, todo el mundo se ha dado cuenta, incluso los que tienen que decidir sobre esto.
Si en el exterior hay conflicto, dentro de los edificios no lo hay menos. La sensación térmica es diferente para cada una de las personas que comparten el aire acondicionado: se aclimatan a la nueva temperatura de forma distinta.
Hay varias explicaciones para este fenómeno.
La primera, una distribución deficiente del aire generado. Hay lugares que reciben corrientes y otros mejor acondicionados dentro de un mismo ambiente, resultado indudable de un fallo de diseño.
La segunda, el género. Si el diseño del sistema es perfecto, no hay corrientes y la temperatura es homogénea en todo el recinto, el sexo del usuario es un condicionante crucial. Fisiológicamente la mujer es, en general, mucho más resistente que el hombre ante las variaciones de temperatura. Al tener mejor circulación periférica, cuando baja la temperatura se cierran antes los vasos sanguíneos de la epidermis, enfriando aún más la piel. Este mecanismo conserva el calor interno. El hombre, en cambio, tiene menos sensación de frío aunque su cuerpo esté perdiendo calor rápidamente.
La controversia está servida. Deben buscarse temperaturas con las que la mayoría de la gente esté a gusto, sabiendo que no todos estarán de acuerdo. Ante esto, la normativa para los espacios de uso colectivo y público no resuelve gran cosa; el Reglamento de Instalaciones Térmicas en los Edificios (RITE) reduce los valores extremos de temperaturas de trabajo para intentar ahorrar energía: los fija en 21 y 26 grados para invierno y verano, respectivamente.
En la práctica es imposible que un sistema complejo de climatización mantenga confortable un edificio con un rango de temperaturas tan reducido. Esto es igualmente cierto para oficinas, cines, restaurantes, centros comerciales, y en general para todos los edificios de uso público.
¿Por qué el aire acondicionado genera más controversia que la calefacción? Quizá sea porque en invierno podemos abrigarnos al salir a la calle y el contraste de temperaturas queda atenuado, mientras que durante el verano no tenemos más opción que someternos al contraste, que puede llegar a ser brutal.
La tercera causa es la humedad ambiental. El uso prolongado del aire acondicionado, además de bajar la temperatura, deseca el ambiente por debajo del 30% de humedad. La combinación de sequedad y baja temperatura reseca las mucosas, produciendo al usuario algunas de las siguientes afecciones: bronquitis, rinitis, faringitis, laringitis, dermatitis, irritación en los ojos y dolor de cabeza. Seguro que ya has identificado la que te afecta particularmente a ti.
Convendremos en que el aire acondicionado es muy mal negocio. Acaba produciendo más calor ambiente y perjudica a las personas. Sin embargo, hasta que no se generalicen los edificios públicos y colectivos de etiqueta A no podremos mantener el microclima interior del edificio mediante el diseño de medios naturales (orientación, captadores naturales de calor, ventilaciones cruzadas..), tanto en verano como en invierno. Quizá para entonces sea posible contar con la ayuda de sistemas que ya existen y funcionan, como la refrigeración por energía solar, que de momento se mantiene en precios prohibitivos.
Imagen: Clarin